jueves, 31 de diciembre de 2009

What I learned this year




What did I learn this year?

I learned that human life is fragile, tenuous and easily broken.

I learned that the human body is an amazing machine; that diseases are incredibly disruptive both to the body and the mind; and that doctors have great technical skill, but so-so capacity to relate to their patients.

I learned that the theory that correlates behavior to character is wrong. Plenty of people behave badly once in a while, but it doesn’t mean they are bad people.

I learned that the best way to settle an argument is to find a way to defuse the emotional aspects of the dispute and approach things rationally.

I learned that absence does not make the heart grow fonder. It only makes it ache.

I learned that the best way to sell a house is to lower its price. I also learned that the best way to buy a home is to go with your gut.

I learned that jobs come and go. Unfortunately, these days most go and few come.

I learned that politics is like a marriage: when you choose your loved one, it’s all emotion and lofty expectations. Once you get married, the nitty-gritty is less glamorous, less uplifting, and it has to get things done.

I learned that being patient and not rolling your eyes in the face of stupidity are incredible gifts that come with maturity.

I learned maturity is overrated and stupidity underrated.

I learned that moving is a pain in the ass. And moving repeatedly can give you hemorrhoids.

I learned that when you’re sick, having family around can be the best of times and the worst of times.

I learned that envy and adversity may be great incentives for success, but if they are your only incentives, you will be sour and unsatisfied.

I learned that reality really is a show, and that fiction doesn’t approach reality, it improves it.

I learned books don’t deserve to be thrown away, and that the arrival of electronic books may save trees and preserve words for eternity, but will not replace the incredibly sensual experience of turning a page.

I learned that identities, be they ethnic, gender, social or whatever, could delude you into thinking that you belong. But we don’t belong to any group. We just are.

I learned that bookstores and libraries will die one day. And that we will rue that day.

I learned television and computers are addictive, that books are palliative, and that driving around on a foggy road in the middle of the night can be extremely peaceful.

I learned we don’t look at the stars. But they look at us.

I learned that this year was incredible. And that I don’t want another year like it.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Noche




Dicen que la noche es el refugio de las penas, el antro hemisférico que resguarda sueños, deseos, astucias, todo. Dicen que trabajar de noche por tanto es un atentado ante todo lo que la noche representa, libertad, emoción, lubricidad.

Trabajar de noche atenta contra los ciclos naturales del cuerpo humano, cataliza descargas humorales que eventualmente sonsacan las efervescencias normales del diario vivir y convierten a la persona en un ser a quien el sol le causa ronchas. Como los vampiros.

Así dicen los que trabajan de noche, que se están convirtiendo en vampiros. Es cierto. Trabajar de noche es el epítome del capitalismo, indica que el trabajo es bueno a todas horas, sin importar los ciclos naturales del hipotálamo. Trabajar de noche es un riesgo, dicen algunos, sobre todo en las mañanas, cuando los cerebros mal acostumbrados intentan prestar atención al ulular del tráfico.

Lo otro que descubro en las noches es mi impaciencia ante la imbecilidad de la gente. Es como si la ausencia de sol permitiera evidenciar la luminosidad intrínseca de las personas para poder detectar, catalogando la mirada permitida como una de rayos-x (intrusiva pero determinante), los focos naturales de falta de carácter o de sentido común o de permisividad. La noche lo convierte a uno en detector de imperfecciones.

Claro, la noche también oscurece las imperfecciones de uno mismo, es por eso que los adictos, los traficantes, las prostitutas y los escritores preferimos trabajar de noche. No, no se alarmen si incluyo a los escritores con estos otros personajes nocturnos, de mala patraña dirán algunos. Pero es que dentro del bajo mundo de la noche se descubre la verdadera claridad de las personas.

Es como si estos personajes que a la luz del día permanecen mancillados por los pudores societales, en las noches descascaran su coraza de vida y se convierten en el eco de lo que verdaderamente son: elementos de la humanidad que permiten resguardar las verdades que ostentamos dentro del ser. La noche engendra seres verdaderos, reales, sin fachas ni tapujos, sin pretensiones.

Es por eso que algunos escritores prefieren la noche. No sólo por la tendencia a la calma y el sosiego necesario para refrenar los ruidos y las distracciones del día, sino porque bajo el escapulario astral, el escritor puede desentrañar aquello que lo roe por dentro, dejarlo salir con la esperanza de que se convierta en algo susceptible a sus emociones y sus mareos, a sus inconveniencias intelectuales y a sus lubricidades humanas.

La noche es escenario, telar y mina, la noche es el espejo cóncavo de todo, la entrada al mundo paralelo de la verdad humana. Quien cierra los ojos durante la noche se pierde el mundo en todo su esplendor. La noche es el día literario.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Hibernación



Manejaba esta mañana hacia el hospital, una mañana típica de invierno, todavía oscuro como una cueva a las siete de la mañana, el frío comenzando a rehacer el peluquín de los árboles y el pronóstico de la primera nevada de la temporada en la radio. El meteorólogo sonaba alegre, como si esperara la nieve con gozo y anticipación.

En mi mente identifiqué otra de las características de mis inviernos: mis pensamientos fluían en inglés. Recuerdo la frase de Joseph Brodsky, en la que indica que para un escritor, el exilio es un evento lingüístico; recuerdo la aseveración de Julia Álvarez de que el inglés se convirtió en un espacio de salvación y de sustento para su vida des-territorializada.

El fluir de mis pensamientos en inglés implica una especie de hibernación lingüística, despojarme de una piel suave, tibia y fresca que disfruta los arrullos alisios del Caribe, para revestirme de una piel caliente, peluda, sudorosa, que me protege de las inclemencias del frío.

Ocurre todos los años, esta hibernación del español y el renacer del inglés, aunque pienso que tal vez tenga que ver con la sed por la cultura. Generalmente viajo a Puerto Rico en la primavera, lo cual me da una infusión de vida caribeña que dura varios meses, hasta el invierno, cuando comienza la sed de nuevo, sólo que para entonces, los reclamos son en la lengua de Hemingway.

Very well, obedeceré por el momento al biologismo literario.

But I think, que de vez en cuando, el oso español asomará la nariz buscando el olor a mofongo.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Esperando a Cocó (aka la musa)


Diálogo entre dos escritores



En el papel de Rubén Javier: Rubén Javier Nazario
En el papel de Carlos: Carlos Vázquez Cruz

Acto 1


Se alza el telón. El escenario está dividido en dos por una cortina de terciopelo negro. Al lado izquierdo de la cortina, Carlos está sentado en un escritorio, la luz del computador encendido empalidece su piel ya un poco blanqueada por el invierno nuyorquino. Al lado derecho, Rubén Javier, como imagen en el espejo, teclea palabras en su laptop, frente a una ventana desde donde se ve la aguja monolítica del monumento a Washington

Rubén Javier: Carlos, gracias por contactarme por FB. Quería preguntarte tu experiencia publicando con CBH, yo pensé publicar con ellos hace un tiempo, pero se me dió la oportunidad de publicar con Terranova. Mi último libro lo publiqué con Schiel and Denver, antes de que cambiaran su estrategia editorial.
Bueno, muchos saludos. Oye, avísame de actividades literarias allá, yo estoy viviendo en DC, así que se me hace fácil tirarme para allá..

Carlos: Hola, Rubén. Mi experiencia con CBH fue súper buena. La comunicación: excelente; la diligencia, ni hablar. De veras, son tremendos profesionales. Hablo como autor y como editor... dos egos muy peligrosos cuando convergen en un proyecto editorial.

No sabía de tu último libro. ¿Puedo conseguirlo por internet?

Pues, sí. Recibo anuncios a tutiplén y se me hace fácil avisarte de actividades literarias que se dan por acá, aunque me retraigo bastante. Puedes decirme si vienes y cuándo, para tomar un café o almorzar en algún sitio de la ciudad. Suelo encontrarme así con la gente. O sea, no soy antisocial, pero me disocio.

En resumen, si vienes a NY, por favor, házmelo saber.


RJ: Carlos, mi último libro de llama Julia y cuentos de invierno, lo consigues en Amazon o Barnes and Noble. Es una colección de cuentos. Te preguntaba porque la gestión editorial de este último grupo no fue la mejor, ellos son una editorial inglesa que quieren abrirse campo en otros idiomas, y creo que yo les llegué en el momento para hacer un experimento con el libro. La publicación fue buena, pero faltó algo en la edición, ciertas correcciones en cuanto a los renglones, las sangrías, las citas ,etc. Pero quería publicar estos cuentos, ya que los tenía ahí por mucho tiempo y ya era hora que salieran a la luz! Aparte que si no lo hago, no puedo seguir trabajando en lo próximo!


Mencionas tu labor como editor. ¿Trabajas también en una editorial?
En realidad lo que me ha decepcionado un poco de mi experiencia editorial es la fase publicitaria, a veces he tenido yo mismo de tomar riendas en ese asunto y hacer mi propia publicidad, algo que no sé si has tenido que luchar.

Bueno ,seguimos conversando. Si no te molesta, voy a poner un link a tu blog en el mío, loquesediceensilencio.blogspot.com

Un abrazo!!!

Carlos: Entiendo muy bien lo que dices en relación con la gestión editorial. Mis exigencias se deben a que realicé trabajos de edición para Harcourt International (ahora le pertenece a Houghton-Mifflin) y para la editorial Norma. Además, administré talleres de redacción para el Centro de Excelencia Académica de la UPR y he sido profesor de gramática. El año pasado, el grupo al que pertenezco (El Sótano 00931) comenzó el proyecto Sótano Editores, y el núcleo del trabajo de edición recae en mí. Así que ¡imagínate cómo me pongo de minucioso e insoportable! Los autores se encojonan, pero cuando ven el producto se dan cuenta a qué me refería... ¡qué lástima que hay que torturar tanto el hipotálamo -no comer, no dormir- hasta que llega la gratificación! Finalmente, a esto se suman las lecturas que realizo a compañeros de oficio -contadísimos, sí, porque no tengo casi tiempo-, pero quienes son mis "amigos del arrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrma". En cuanto a lo del enlace, no me molesta. He visitado tu blog varias veces. Sin embargo, adelanto que el mío ha quedado en el abandono por dedicarme a atender otras prioridades. Trataré de incluirle alguna novedad próximamente.

P.D.: Mirando por encimita nuestros mensajes, escribimos con cojones, ¿verdad?


RJ: jejeje! sí que escribimos con cojones!!!La verdad que me parece que tienes mucha experiencia editorial y en verdad eso es lo que extraño, un editor como los de antes, tú sabes, que acojan el texto y lo ayuden a crecer junto al escritor. Oye, esa imagen de la tortura al hipotálamo está buenísima!! A lo mejor la uso en un cuento así bien gótica!!! Comienzo estos días un taller de narrativa con el escritor chileno Roberto Brodsky, a ver cómo me va…

C: Tienes razón. Quizás por la añoranza del contacto tan cercano entre el editor y el lenguaje, me dedico a los proyectos tan profundamente. Obro a la antigua en ese sentido.

La dinámica del taller siempre resulta formidable, a mi juicio, por supuesto. Aunque escribir es tarea solitaria, las intermitencias de compartir la labor con otros provee resquicios a través de los cuales nos llega también la iluminación. La oportunidad de NYU me ha enriquecido mucho. ¡Amo a Diamela Eltit!

Gracias por ofrecer tu colaboración para con el proyecto editorial. Me parece brutal que, para empezar, trabajemos juntos la evaluación de un texto. Compartir impresiones plantea las estéticas desde las cuales escribimos y nos complementa como equipo de trabajo. Veremos qué se hace. "Colaborar con algo en el futuro"... me encantaría. Creo en los juntes.

RJ:Si, lei Lumperica hace un tiempo y me pareció fenomenal. Es algo con lo que me imagino tu también luchas, escribir desde el fondo, jugar con la literatura, sin importar el mercado. A veces pienso que la literatura, y sobre todo la ficción, está tan comercializada que inhibe mucho la creación literaria. Claro, el escribir es parte del coito que el escritor tiene con el lector (ya me fui por lo erótico!!) pero a veces uno tiene que agarrar al lector y enseñarle algo nuevo, y esa fue la impresión que me dio cuando leí Lumperica.

Lo que mencionas de la soledad del escritor es lo que más me afecta, como tal vez sepas yo vengo al mundo literario de afuera, pero siempre me he sentido mucho mejor en él, el problema es que no tengo un grupo de colegas escritores, por lo de vivir acá, etc. A veces pienso que no soy escritor puertorriqueño, sino escritor y punto. y me siento muy solo, claro, lo que en parte es aliciente a la escritura, pero siempre es bueno tener colegas con los que compartir el ímpetu creativo. En la academia siempre hablan de tener un mentor, es algo que probablemente uno encuentra como tú en maestrías de creación etc. y es lo que creo me hace falta...aunque, quién sabe, a lo mejor la fiereza en la literatura viene de la soledad. Mano, la verdad que escribir es como estar adicto al crack, no puedes vivir sin él, y te puede consumir...
Disculpa, trabajé anoche y estoy un poco alucinante!!!!

Anyway,me gustaría un montón evaluar un texto contigo, y por ahí seguir en este camino de los juntes!!!


(La próxima semana, Acto 2)

sábado, 7 de noviembre de 2009

Julia y cuentos de invierno




Disponible en Barnes&Noble, Amazon.com, y en la tienda de la editorial Schiel & Denver

Espejismo




Hace como un mes, me enteré a través del blog de la compañera Yolanda Arroyo Pizarro de un proyecto de Nuestra América Mestiza, la revista oficial de Letras de América, editorial de Osvaldo Torres Santiago. Osvaldo, poeta mayagüezano radicado en Nueva Jersey, trabajaba en la publicación de un volumen de poesía dedicado a Julia de Burgos y solicitaba trabajos creativos para inclusión en el libro.

Yo no soy poeta (he dicho que la poesía me da miedo, es como estar desnudo en medio de un parque de diversiones) pero sí tengo un cuento sobre nuestra poeta nacional, titulado “Julia”, que forma parte de mi más reciente libro, Julia y cuentos de invierno.

Así que, ni corto no perezoso, envié el cuento a Osvaldo. Lo que surgió de ahí fue una colaboración editorial, en la que Osvaldo y yo nos unimos a través de los pasadizos tecnológicos para finalizar este volumen. Pero más que el producto final, la experiencia me sirvió para conocer el trabajo poético de autores como Alfredo Villanueva Collado, Nidia (sólo Nidia), Ángeles Burgos, Fernando Luis Pérez Poza (“Soy la delirante embriaguez de una ola de fuego/que vertió toda su locura en el calendario”), Beatriz Amanda Santiago López (“Si yo fuera agua,/Tendría la fuerza de Julia en mi cuerpo,/Esa es el agua que no tengo"), Sheila Montalvo (“Estoy pegada en mil pedazos/hebras de lumbre cosen mi piel”), Ana Tere Rodríguez Lebrón (con un simpático e hilarante cuento acerca del entierro de su abuelo), y el propio Osvaldo Torres Santiago (“Mi río yace allí, donde se murió contigo”), entre otros. No, no son household names.

That’s the point.


El trabajo también me dio la esperanza de seguir escribiendo, sabiendo que donde quiera que la soledad de la escritura embargue el engranaje sico-afectivo del escritor, siempre habrá otros que como él o ella, quienes viven nutridos de la palabra. Literatura como kilocalorias. ¿Quién no quiere una dieta de eso?

El libro Espejismo, en homenaje a Julia de Burgos lo consiguen aquí.


sábado, 10 de octubre de 2009

Escritura esquisofrénica



Escucho pacientemente el podcast de uno de mis programas favoritos en la radio pública estadounidense, Speaking of Faith.

En este programa, la anfitriona, Krista Tippett, entrevista personalidades del mundo de la filosofía, literatura, teología, política, en conversaciones animadas acerca de la religión, de la fe, del significado y los misterios de la vida y el alma.

Esta mañana, ejercitando mis piernas en una isla vegetal en medio de la selva de concreto de los suburbios de Washington DC, escuché a Krista entrevistar a Eckhart Tolle, filósofo, gurú, espiritualista, escritor, no sé, la definición de lo que es no es tan importante como lo que dice.

Trolle, en sus libros El poder de ahora y Una nueva tierra, enarbola una filosofía de vida que ahora tiene millones de adherentes. Hablaba en el programa de su caída en una depresión cuando tenía casi treinta años, y la epifanía que descubrió cuando hizo la observación “no puedo vivir conmigo mismo”. En esa aseveración descubrió la dualidad de la persona, el uno que no puede vivir con el otro dentro de sí mismo.

Pero lo que más me llamó la atención fue su declaración de que la negatividad y el estrés en que vivimos tiene que ver con la vivencia en el pasado o en el futuro. En otras palabras, la ansiedad de la vida moderna tiene que ver con las expectativas del futuro y la historia pasada, y para aminorar estos efectos es necesario mantener una relación coherente y vital con el presente que nos rodea.

Debo aceptar que cuando la plática toma este rumbo un poco, digamos, “neohippie”, mis fuerzas creativas e intelectuales se rebelan y siento la tentación de cambiar de canal. Pero lo que decía el hombre tiene sentido, y lo apliqué a mi vida intelectual.

A ver: el escritor encuentra placer en la escritura, en la acción creativa. Con ésta, el escritor encuentra cierta sintonía con su momento presente, aunque en la obra creada se viertan las experiencias pasadas o los deseos futuros. En el acto de escribir, se encuentra una paz influenciada por el balance creativo entre la idea y la palabra, entre la creación neuronal de la idea y la imagen y la concretización de estos en el papel.

Para el autor, el momento creativo termina con una pausa. Entonces comienza la ansiedad. ¿Cómo aminorarla? Viviendo en el presente creativo, impartiendo en la página la verdad de la literatura, es decir, la verdad de las palabras, es decir, ser fiel, sincero y auténtico con el yo otro del que hablaba Trolle, con el que no se puede vivir.

Yo tampoco puedo vivir conmigo mismo. Por eso escribo, para poder vivir mejor con él. Escribir es un simple acto de cohabitación.

viernes, 2 de octubre de 2009

iPoem



Write with joy.

Write with abandon, thirsty for

words and inflections, eager to please the weakness of the soul.

People say the soul gets lost in the complicated crevices of
life.

I say it gets abandoned by our daily promiscuity:

our
chores and responsibilities to the world, not the self.


I write in the present, and in my self.

Not in the third person
of narrative, but in my own voice, in the "I",

with no ghost
writer.

Why not?

A story born from within should be told (or
torn) from within.

It is always less messy.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Censura de libros en Puerto Rico




Hace un tiempo (no tanto como veremos) el escritor Ray Bradbury escribió “Hay peores cosas que quemar libros, una de ellas es no leerlos.” Aludía a la censura, ese instrumento aséptico que utilizan organismos políticos para determinar, de manera subjetiva, qué se puede leer, ver, comer, tomar, pensar.

Aunque su libro “Fahrenheit 451” puede ser considerado una crítica a la ubicuidad de los medios de comunicación electrónicos, la imagen permanente de la novela es la quema sistemática de libros, los cuales son elementos de pensamiento “peligrosos” por la libertad imaginativa con la que el lector establece un dialogo de ideas y de imágenes con el escritor, un diálogo en el que la condición primordial es el usar el cerebro, no el mirar imágenes predigeridas para el consumo fácil.

Aunque ha pasado un tiempo desde la publicación de este libro, los temas de censura continúan dando de que hablar. Los chinos son atacados constantemente por el monitoreo electrónico de las computadoras de sus habitantes; los iraníes mantienen un régimen de autenticidad dudosa, tratando de subyugar las protestas de miles de sus ciudadanos; los afganos todavía no conocen el resultado de sus elecciones por la simple razón de que millones de votos falsos han usurpado la voluntad del pueblo.

Estos elementos de censura institucional no empiezan de esta manera. Comienzan como los viruses, infligiendo su daño en escalas menores, a nivel microscópico, para poco a poco debilitar el sistema. La censura comienza de manera subrepticia, y mientras más temprano se confronte, menos daño causa.

Lo cual me trae al tema de la censura en Puerto Rico. Recientemente, el Departamento de Educación decidió eliminar cinco libros del currículo de español de las escuelas públicas del país, identificándolos como textos de materia “inapropiada” para los estudiantes. Este movimiento de censura es intermitente, toma fuerzas, descansa, y saca la cabeza de vez en cuando. En Estados Unidos, la lista de libros que frecuentemente son atacados y amenazados incluyen obras de autores tan diversos como Toni Morrison y J.K Rowling, Maya Angelu y Henry Miller.

Como padre, puedo entender que los educadores sientan la necesidad de no exponer estudiantes a textos que no puedan entender o malinterpretar. Pero como educador, entiendo que esa es exactamente mi misión: ayudar a los estudiantes a entender los temas de importancia para su nivel educativo, mostrando diferentes perspectivas, diferentes atisbos imaginativos a aquello que llamamos cultura. Como escritor, entiendo que, aquello que llamamos “inapropiado” para los alumnos prontamente puede ser llamado “inapropiado” para todo el mundo. Así comienza la infección del virus de la censura.

Los organismos gubernamentales, cualquiera que sean, deben proteger a sus ciudadanos de los peligros de otro tipo: la falta de servicios sociales adecuados, la falta de seguridad económica, la deficiencia en los servicios de salud, y sobre todo, la ignorancia. La censura es una simple manifestación de la ignorancia, y de la arrogancia de los gobiernos que pretenden controlar los mecanismos de análisis y pensamiento. La ignorancia es la clave del éxito de los gobiernos.

Ya los compañeros escritores del patio han manifestado su oposición a la acción del Departamento de Educación, acción que aparentemente será revocada gracias a la presión y la denuncia. Pero la batalla no puede menguar la guerra. Es menester de escritores, educadores, periodistas, políticos, padres, toda la ciudadanía, estar alerta ante los intentos de gobiernos, organizaciones e instituciones, de vedar la libre expresión y censurar el libre pensamiento. Es nuestro deber combatir la ignorancia y, como en la novela de Bradbury, velar porque los libros no sean quemados y, más importante aun, estimular a que sean leídos.

Porque la libertad de expresión es la más fácil de invocar, y la que más arriesgamos perder.

sábado, 29 de agosto de 2009

Sótano



Es inexplicable saber cómo los sentimientos que uno más atesora salen a la luz, como los contenidos de la caja de Pandora, en momentos inesperados.

Momentos de fuga pasionaria, de vegetar intelectual, de raciocino pecaminoso. Son los momentos en que el sótano de los sentimientos, localizado en lo más profundo del ser, permanece sin guardia, y, con el rechinar de goznes un poco enmohecidos, se abren las compuertas y los sentimientos afloran, como pétalos en primavera, o huracanes en agosto.

Hoy, los sentimientos salieron durante la cobertura televisiva de la misa de resurrección por el alma de Ted Kennedy. El senador por Massachusetts falleció la semana pasada a causa del cáncer del cerebro que se le diagnosticó hace un año.

Me quedé pensando e imaginando mis momentos finales, donde habrán lágrimas (espero pocas) y sonrisas (espero muchas) y medité que de eso se trata la vida: no preocuparse tanto por el final, que total es el mismo para todos, el pobre y el rico, el débil y el poderoso, el cruel y el bienaventurado.

Es concentrarse en lo que queda dentro del paréntesis de la vida y disfrutar de los momentos que nos otorgan los latidos del corazón.

Y con eso, cerré la bodega, hasta la próxima ocasión.

domingo, 23 de agosto de 2009

Spiks, o los riesgos del racismo intelectual




Llevo varios días pensando en esto. No lo creí en el momento. A veces hay que contar las cosas para asegurarse de que en realidad pasaron.

Estábamos sentados al frente de una pizzería en un vecindario bastante pudiente de los suburbios de Washington DC, llamado Great Falls. La pizza se tardaba un poco, por aquello de que la espera acrecienta la calidad gustativa de la comida.

Al lado de la pizzería hay un 7-Eleven, frecuentado por trabajadores latinos, quienes trabajan asiduamente en los jardines, techos y cocinas de los abogados, cabilderos, legisladores y ex-agentes de la CIA que viven aquí. En el 7-Eleven compran taquitos, pizzas (no tan ricas como las de la pizzería), Red Bull y cerveza. A las seis de la tarde, de camino a la casa luego de laborar bajo el sol veraniego, hay un constante vaivén de autos llenos de hombres de piel tostada.

Al otro lado del 7-Eleven hay un restaurante griego. Cuando abren la puerta, se despide el aroma de pan recién horneado y de carne de cordero asada con orégano y romero. Un hombre de nariz alargada y mentón perfilado sorbe café turco sentado al lado de la entrada.

De repente, se escucha el chirrido de metal y frenos. Un Toyota viejo, de pintura descascarada, pero todavía con el corazón hidráulico en plena función, se estaciona frente al 7-Eleven. A la vez, un hombre blanco, de pelo encanecido, alto, de buen vestir, camina impetuoso hacia el restaurante griego.

Del Toyota salen tres hombres. El conductor debe tener cincuenta años, tiene la piel curtida y usa anteojos bifocales. Los otros dos hombres están entre los veinte y treinta años, de pelo negro y rasgos aindiados. Todos visten camisetas cubiertas por manchas de grasas. Sus manos están cubiertas de betún. El pantalón de uno de ellos tiene un orifico a la altura de la rodilla.

Los hombres del Toyota dirigen la vista hacia el auto del otro hombre. De esa dirección, una voz grita, “God damn spiks!”

Cuando sigo la vista a los hombres del Toyota, veo al hombre del otro carro dirigiéndose hacia el restaurante griego. En sus ojos detecto los restos de un odio que hacía tiempo no veía. En sus labios se dibuja una media sonrisa de satisfacción.

Los hombres del Toyota siguen caminando hacia el 7-Eleven. Cinco minutos más tarde salen y se montan en el carro. Uno de ellos come de una bolsa de Doritos. Los otros tiene hot-dogs en sus manos. El hombre del otro carro sigue sentado en frente del restaurante griego, sorbiendo café con el otro hombre. Parecen disfrutar de un chiste.

Pasan otros cinco minutos. Dos patrullas de la policía del condado aparecen y se estacionan frente al 7-Eleven. Los cocineros de la pizzería, todos latinos (lo sé porque los escuché hablando en español) miran sin interés a los dos policías entrar al 7-Eleven y continúan depositando ruedas de pepperoni y cebolla sobre la harina aplanada de la pizza.

Hacía mucho tiempo no escuchaba la palabra spiks. Pero lo que me hizo pensar no fue la palabra, sino el contexto. Escucharla en medio de un bastión del poderío económico del área me sorprendió. Uno espera que el dinero y la educación generen un poco de tolerancia y solidaridad. Pero ya sabemos que eso no es cierto.

También me sorprendió (aunque no debió sorprenderme) la reacción de los hombres del Toyota y de los cocineros. Parece que escuchar la palabra spik en su diario vivir no es nada singular. Parece que la aparición de la policía luego de que alguien los llame porque hay “mucha gente de color perturbando la paz en frente del 7-Eleven” no es nada del otro mundo.(Especulo en cuanto a la razón por la que la policía apareció de la nada justo antes de que los hombres del Toyota se fueran, pero ¿a qué otra conclusión se puede llegar? ¿Que fue casualidad? Please.)

El racismo no conoce barreras. Es más, generalmente los poderosos son los más racistas, lo que los hace más peligrosos que los ignorantes que odian al otro simplemente porque no lo conocen. El racista ignorante comete actos racistas por el simple hecho de su ignorancia. Por lo mismo, su racismo es potencialmente remediable con un poco de educación. El racismo intelectual es más peligro que el racismo inculto, porque está arraigado en la profundidad del ego o del interés pecuniario.
Y ese racismo es mucho más difícil de eliminar.

sábado, 8 de agosto de 2009

La ardilla




Lo que pasó fue una incongruencia.

-No debió pasar- pensó Fencho Martínez cuando descubrió el cuerpo rezumante y apestoso de la ardilla. «Ardillas suicidas» había pensado muchas veces, porque siempre se metían en medio de la vía, como si se les hubiera perdido algo, la avellana más grande del mundo, o una bolsa de cacahuates. Aparecen de repente, pero luego titubean, como si lo hubieran pensado por mucho tiempo y de repente, como impulsadas por la desidia de la indecisión, se arrojaran al asfalto y un segundo después pensaran “oh shit!”

Los segundos de decisión son los que dividen nuestra vidas en capítulos o estrofas. Las decisiones nos lanzan a un nuevo destacamento de acción, a una nueva vía de tránsito. No existen decisiones incorrectas, o correctas. Simplemente son decisiones y ya.

Así que cuando la ardilla decidió lanzarse al asfalto, no debió pensar en las consecuencias o en lo que dejaba atrás en la acera de concreto. No debió pensar en el invierno que se avecinaba, en las nueces que había que almacenar, en los cuerpos pálidos e incoherentes de los fetos recién nacidos que florecerían como fantasmas exorcizados durante la primavera a reclamar alimento y lecciones de instinto.

La ardilla se lanzó al medio de la carretera, y ya.

Cuando la vio, intentó frenar. Otro segundo de decisión, pero esta vez una decisión congruente y definitiva, evitar aplastar la pelota de cuero y pelos que se arremolinaba sobre sí, el instinto catapultando su duda, mientras que en su cerebro minúsculo se encendía una sola alarma “¡peligro!¡peligro!”

Pero ya la decisión estaba tomada. La de Fencho y la de la ardilla. Fue el choque entre esas decisiones lo que acabó el asunto.

Ahora que lo piensa bien, solamente vio la ardilla por un microsegundo antes de sentirla. «La sentí a través de las costillas del auto, a través de bujías y frenos, de manivelas, cables y tuercas. Sentí que el camino se ablandaba por un segundo bajo la llanta delantera del lado derecho». En realidad, la moción de evitar la colisión vino después, cuando ya era un gesto risible.

«Me estacioné porque la muerte de la ardilla atropeyó mi conciencia». Eso pensó, que estaba muerta. Cuando se acercó, descubrió que la agilidad del cuerpecillo de la ardilla había permitido salvar su cabeza y su pecho. Le aplastó la pelvis, sus patas traseras y la cola. Emitía un chillido atroz, como de un grillo siendo torturado. Trataba de arrastrase con sus patas delanteras, pero no podía con el peso de su cuerpo triturado, nutriendo de sangre y pellejo los orificios de la brea.

«Dudé un segundo en lo que debía hacer». Pero al igual que la ardilla, la decisión se adelantó al análisis de las consecuencias. «Alcé mi pie para aplastar su cabeza. Pensé que hacía lo correcto, parar su sufrimiento».

Fencho estaba tan concentrado en su decisión que no escuchó la bocina ni el frenazo del auto que se avecinaba.

Ahora Fencho se desliza por los pasillos del hospital en su nueva y brillante silla de ruedas. Su pelvis y sus piernas fueron trituradas por el auto que se avecinaba, cuyo conductor, antes de tomar la decisión incongruente y risible de evitar un choque, observaba como un hombre de tan mala calaña estaba a punto de aplastar la cabeza de una ardilla moribunda.

sábado, 1 de agosto de 2009

Vuelta a la escritura



Las tres de la mañana parece la hora apropiada. Todo el silencio (otra vez el silencio) pincelado de vez en cuando por el ir y venir del aire condicionado. Aquí no hay coquíes, no existe el nocturno cacofónico y sinfónico (todo a la vez, son unos genios los coquíes) que estimula la vicisitud creativa.

Me meto a mi estudio (u oficina, o campo de concentración, o cámara de tortura. Total, escribir es eso y más) y decido que este verano, con todas sus distracciones, en vez de darme un espacio cincelado y pacífico para la lectoescritura (palabra que sorprendentemente mi corrector no corrige y me obliga a buscarla en el diccionario, donde se define como “1. Capacidad de leer y escribir.2. f. Enseñanza y aprendizaje de la lectura simultáneamente con la escritura.” Y pensar que pensaba que estaba siendo original) me ha dado un continuo dolor de cabeza y unos intentos atropellados por sobrevivir.

Ahora que el verano comienza menguar, y los días empiezan poco a poco a contraerse, es el momento de recuperar el hilo narrativo, el cordón umbilical, y seguir escribiendo.

¿Y qué mejor manera de recomenzar que releyendo?

Agarro algunos volúmenes, los capitanes en sus catafalcos, como he dicho antes que son los libros, y empiezo a hurgar entre sus páginas. Encuentro esto de Carlos Roberto Gómez Beras:

Sin existir
el hombre era una palabra
que nadie repetía

Y lo cierto de esta aseveración (redundancia, porque la aseveración siempre es cierta, aunque sea para el que la emite) es que la relación del hombre y la palabra es yuxtapuesta, y que el hombre nace de la palabra, es una palabra, aunque nadie la repita, pero existe en su intención de ser.

Encuentro esto de Ernesto Sábato:

“Todo escritor conoce esa desazón, esa tristeza que lo invade cuando siente las limitaciones de su arte”

Y decir que es tristeza lo que se siente es poco. Hundimiento, depresión, decaimiento, postración, abatimiento, son sinónimos menos circunspectos. Es que el papel y la tinta parecen ilimitados en su capacidad de creación.

Recuerdo la desesperación existencial de Augusto Pérez, cuando confronta a Miguel de Unamuno, su creador y le grita “El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel; morirá usted y morirán todos los que me piensen!” Porque el límite de la literatura transgrede el papel. La palabra hunde sus colmillos en la sien, crea un salvoconducto entre papel y mente (o entre mente y computadora, lo cual es explorado en la ciencia ficción) el autor piensa que todo es posible, que llorar, gritar, reír, amar, matar, mentir, beber, follar, todo es posible en el mundo de las letras. La creación literaria es un éxtasis profundo, un descenso sin fin hacia las miles de posibilidades. Es, como el Miguel de Unamuno de Niebla, ser un dios.

Hasta que se desensortija el sentimiento creativo y surge la aseveración de algo mucho más poderoso, la vida real. Entonces los deseos de creación que las letras entronizan son suplantados por las responsabilidades de subsistencia, que anonadan, que aplastan, que duelen. No es que la vida real sea menos que la imaginaria. Al contrario, una se nutre de la otra. Pero ¡que facilidad de recomponer los teoremas vitales en el papel, que sosiego desentrañar errores y fantasías con el teclado, que tranquilidad aunar lo intransigente de la madeja económica con el simple sigilo del paso del papel ante el viento!

Me llama la vida, en los acordes sincopados del egoísmo infantil, creado por su incapacidad de autosuficiencia. Nutrición, sustento, ropa, educación. Protección.

Es lo que piden las palabras.

sábado, 25 de julio de 2009

¡Howl al silencio!


¿Por qué en silencio? Camino cabizbajo por las calles de Washington DC. Están llenas de personas, todas andando felices, es viernes por la noche y la luna ya está oculta. Entre libaciones (Tempranillo) y tapas (remolacha a la vinagreta, gambas al ajillo, Manchego) se me ocurre algo.

¿Por qué en silencio?

Silencio es lo menos que existe. Carros, bocinas, gritos, risas, quejas, reclamos. Todo un arco iris sonoro en constante efluvio bonachón, consciente, eterno. Silencio es la ausencia de sonido, pero no existe en nuestro mundo. Hasta en los rincones más recónditos de nuestro planeta, nuestros hermanos animales puntualizan su existencia con llamados al coito, o a la territorialidad.

Escuchando por la radio los gritos, más bien los alaridos, de los protestantes en la frontera entre Honduras y Nicaragua, escuchando los berrinches entre políticos, escuchando los debates entre expertos de materias, me di cuenta de la estridencia de nuestra existencia. Recuerdo a Allen Ginsberg, con su “Howl”, otro efluvio ilimitado de sonoridad, y me pregunto si eso es lo que quería, cuando escribe “I am a consciousness without a body!” y al final del poema grita:

I'm with you in Rockland
where we wake up electrified out of the coma
by our own souls' airplanes roaring over the
roof they've come to drop angelic bombs the
hospital illuminates itself imaginary walls col-
lapse O skinny legions run outside O starry
spangled shock of mercy the eternal war is
here O victory forget your underwear we're
free
I'm with you in Rockland
in my dreams you walk dripping from a sea-
journey on the highway across America in tears
to the door of my cottage in the Western night

De nada vale el silencio, Allen, porque implicas al sonido con la protuberancia de la vida. El silencio mental menos aún, porque en él se proliferan las ideas malsanas de loas y versículos.

Sufre el silencio, Allen. Gracias. Pero sufre con gusto.

jueves, 9 de julio de 2009

El medio ambiente, hoy y mañana


Se me ocurre que las desdichas del mundo vienen empaquetadas con sus delicias. Lo bueno, lo malo, lo inverosímil, lo inepto, todo viene empaquetado en la burbuja vital que es este planeta.

Mirando hacia los cielos, una tarde tibia de verano, se divulga la fascinante interacción del globo terráqueo con sus componentes. Y no hace falta gastar grandes cantidades de energía en viajes extravagantes al Amazonas o el Sahara. La globalización así lo permite, descubrir la maravilla de la naturaleza en la distancia que acorta la vista.

Los pájaros son los más obvios. Deslizándose entre las rebanadas de viento, estos seres promulgan la realización de lo imposible, la verificación de que, por más aterrados que permanezcamos en cuanto a los cambios globales, siempre queda la esperanza de que, en otra esfera, sea estratosférica o liminal, la vida recreará su sombra y continuará, sin impedimento, su larga carrera.

sábado, 4 de julio de 2009

Dimensión desconocida



Creo que sí, aunque no lo recuerdo, escribí hace un tiempo acerca del programa televisivo “The Twilight Zone”.

Este fin de semana, el canal de ciencia ficción SciFi está mostrando episodio tras episodio de la serie. Estos episodios de media hora, creados por Rod Sterling y transmitidos entre 1959 y 1964, entonan la imaginación hacia mundos desconocidos, finales inesperados, y un suspenso que te mantiene a la expectativa de que algo va o tiene que ocurrir. La verdad y la fantasía se mezclan, para crear una realidad en la que lo imposible es una simple variante de la verdad potencial.

Antes de los efectos especiales de las películas actuales, antes de que películas como The Matrix retaran nuestro concepto de lo que es la realidad (lo que es una resurrección de las teorías metafísicas de Kant y su reinterpretación en las teorías posmodernistas de Baudrillard) el programa The Twilight Zone lo hizo, con historias bien construidas, dialogo penetrante ( y a veces sin diálogo, lo que demostró el poder de las imágenes en el desarrollo del suspenso cinematográfico) y esa mezcla entre la filosofía y la tecnología que es la ciencia ficción.

Rod Sterling aparece en los episodios, presentando la secuencia narrativa, al igual que Hitchcock hacía en sus películas, llevándonos de la mano hacia lo improbable, guiándonos a través de la televisión (y ahora a través del tiempo y el espacio) para que creamos en lo que vemos.

Esa es la misión del narrador: ser Virgilio de lo inverosímil a nuestros lectores. Guiarlos a través de la palabra o las imágenes a mundos irrealizables, imposibles, o simplemente ayudarlos a ser testigos de los que no vemos a simple vista, a poseerlos del don vidente, y permitirles una perspectiva diferente de la dictada por nuestros sentidos limitados.

Pero las palabras no pueden determinar el poder de los episodios de esta serie. Cuando quieran, visiten YouTube y busquen episodios, cualquiera que gusten. Los finales les pondrán los pelos de punta…

miércoles, 1 de julio de 2009

38

Busco en el Internet un significado en los números del día.

Por ejemplo, busco el 38, busco el primero de julio, busco el 1971. Todos los números que quedaron aliados un día como hoy hace 38 años, cuando nací. Busco en Wikipedia si ocurrió algo importante el primero de julio de 1971 (nada).
Busco el significado del número 38 (importante en la mitología teutona), busco el primero de julio a través de la historia (la Noche Triste, día de independencia de varias repúblicas africanas, Sony introduce el walkman) y personajes históricos que nacieron el mismo día (Liv Tyler, Pamela Anderson, Dan Aykroyd).

Pero en esa búsqueda queda la pregunta: ¿y qué? Pienso que, aunque la historia se repita en su nivel mundial (no en los detalles pero en sus grandes trazos) las personas son únicas, entes individuales de materia similar, de circunstancias a veces similares, de historias a veces calcadas, pero entes únicos.
Lo vida es eso, un patrón indefinido aunque repetible, pero condicionado por la individualidad del ser humano,

Aunque los medios insistan en clonarnos, haciéndonos vestir las mismas marcas, comer las mismas comidas, ir a los mismos restaurantes, usar los mismo teléfonos, cada cerebro (porque eso es lo que somos, cerebros ambulantes) es único en su modulación neuronal.

Eso es vida.

Feliz cumpleaños.

jueves, 11 de junio de 2009

Spa perruno

Nota: el periódico The Washington Post publicó en su edición del 11 de junio, un artículo acerca de la proliferación y aceptación de terapias alternativas para mascotas. Vea el artículo aquí




Bienvenido al Spa Perruno. Mucho gusto. No, no es que seamos exclusivamente para caninos, el Spa está nombrado así en honor al creador del movimiento para el mejoramiento de la salud animal a base de terapias alternativas, Doctor Pedro Perruno, que en paz descanse. Pero, sí, para mantener la paz entre nuestro clientes, que generalmente vienen acá un poquito grouchy, tenemos seccionadas las diferentes áreas del Spa. Claro, seguro, aquí puede dejar el collar, generalmente mantenemos a nuestros clientes, como dicen por allá acerca de las gallinas, free range.

Bien, por aquí tenemos la pedicura y manicura. Mientras su perro roe un exquisito hueso de codorniz de la India, nuestras expertas en garras utilizan las técnicas más adelantadas en el arte de la manicura para convertir zarpas en bellas curvas nacaradas de cutícula y muñón. La keratina se suaviza con un ungüento patentizado de leche de coneja y arena del Sahara para proveer un lustroso asentamiento al pie, mientras que los colchones son mullidos y acicalados con esponjas del mar de las Malvinas (inglesas, por supuesto. ¡Dichosos argentinos, se creen dueños del cono sur!).

Aquí tenemos el área de masajes. Los caninos y los felinos son anestesiados levemente con nuestro ungüento de concha nacarada de Azeibaján (solamente se encuentra en los desiertos de gran altitud) que suaviza la piel mientras crea en los animales alucinaciones de días mejores, en los que no necesitan perseguir canarios o defecar en público. Los pobres, desde que se requiere recoger sus “evacuaciones” en bolsitas plásticas, mantienen una actitud un poco más positiva en cuanto a su vida…ahem, de perros. Disculpe, no lo pude evitar.

Finalmente, tenemos el cuarto de acupuntura. Sí, por aquí, no se asuste por las cortinas de bambú, exportado de Madagascar y convertido en estas mallas por los mejores artesanos del Ponte Vecchio . El sonido que escucha es el viento que se destila a través del bambú para crear un white noise natural.

Como puede ver, tenemos bozales en esta sección, todavía el sentido del bienestar a través de la acupuntura no ha evolucionado en los animales, que llevan siglos aterrorizados por cosas puntiagudas. Pero una vez las primeras agujas encuentran el chacra adecuado, nuestros clientes sienten un bienestar superior, en el que encuentran reivindicación a su vida como mascotas, mientras sus dolores y achaques desaparecen por completo.

Bueno, espero halla disfrutado del tour. Por favor, sí, llévese la botella de agua de azahar, la embotellamos aquí mismo. Claro, tenemos planes familiares. A las únicas mascotas que no atendemos son los peces. Pero si tiene alguno, me avisa. Siempre necesitamos más de ellos para el departamento de pedicura marina.

domingo, 7 de junio de 2009

Vicios de identidad y espejismo


Comenta Joseph Brodsky de la humildad del escritor. Que el escritor, sobre todo el escritor en el exilio, debe utilizar la experiencia del exilio para darse cuenta de su presencia en el mundo, un grano de arena más entre los miles de millones de seres humanos. Es difícil, pues como él mismo dice, la angustia existencial del escritor es esa búsqueda de relevancia que nos queja, nos impulsa a batallar a diario (debería ser a diario) contra el papel en blanco, o el parpadeo hipnotizante del cursor.

Por muchos años pensé que mi interés en la experiencia del exilo obedecía a mi historia personal, la misma historia calcada a grandes trazos, pero distinta en los detalles, de todo aquel que abandona su terruño original, sea cual sea la razón. Pero luego de muchos años, he descubierto que mi exilio es, por así decirlo, un exilio doble. No es simplemente el exilio geográfico, el abandono del país natal a otro país de mejores condiciones económicas y sociales, sino que sufro un abandono de carrera y profesión.

La pregunta clave es si soy un escritor exilado en el país de los médicos, o viceversa. Hace poco, mi angustia quedó un poco disminuida por la declaración de un colega, que me bautizaba como “escritor disfrazado de médico”. Me pavoneaba con esta frase, como si fueran palabras mágicas de un encantamiento que rompería de una vez la imagen despechada que aparecía fantasmagóricamente ante mi espejo todas las mañanas. Esas palabras, esos talismanes, pospusieron un asalto a mis inquietudes, prologaron la beatitud forzosa del ser artista, y amedrentaron los vicios pecuniarios que inevitablemente vaticinan una asentamiento ideológico estancado en lo que llamamos “profesión”.

Pero la calma y el sosiego anímico duraron poco. Luego, otro colega se burló de mi aseveración, riéndose cuando propuse la solución a la dualidad profesional. “No seas ingenuo” dijo (más o menos dijo, según recuerdo), “tú eres médico y nada más. Si escribes, es pura casualidad”.

Miré mis manos, observé un leve temblor en ellas. Me imaginé otra persona, escritor a tiempo completo, dando clases o atendiendo seminarios, editando textos, procurando impartir un grado de majestuosidad a la verborrea de otros. Luego recordé lo que soy, lo que genera mis ingresos, lo que me da la paz económica (aunque recientemente, esa paz económica esté amenazada por los fuegos credenciales) y capitulé ante mi ilusión.

Dejé de escribir un tiempo, pues las palabras de mi colega (¡qué feroces son las palabras!) domeñaron esa pizca de seguridad intelectual que me había hecho una especie de carcamán lúdico y acelerado. Seguí viendo pacientes, seguí analizando patologías intolerables, seguí ganando dinero, poco, lo necesario para pagar cuentas y comer en restaurantes módicos. Viajé, poco. Eso sí, seguí leyendo. Uno no quiebra los vicios repentinamente.

Y fue leyendo que volví a creerme, o más bien, volví a crearme. Ya he escrito de la necesidad biológica que para mí constituye la literatura. Leer y escribir son tan esenciales para mí como comer o respirar. Es cierto que uno puede dejar de comer por un tiempo pero eventualmente, el cuerpo pide los nutrientes necesarios para continuar este chapaleteo amedrentado que llamamos vida. Y es por eso que sigo escribiendo.

¿Resuelve esto la crisis de identidad? Creo que ya no importa. Lo que nos llaman, o lo que nos da dinero, no tiene que ver nada con las funciones vitales. Pregúntele a un adicto. Tal vez por eso el colega que me bautizó como “escritor disfrazado de médico” los llama “vicios de construcción”. Y porque como dice Brodsky, si buscamos relevancia, si buscamos significancia en la tragicomedia que es la vida del escritor en exilio (¿acaso no todos los escritores vivimos exiliado de algo?) el título del que escribe no importa tanto. Lo que importa es la creación. Ya Dios los sabía: tantos títulos honoríficos para ser exaltado al fin por su propia creación, el hombre. A menos que sea al revés. Y ya de eso nos habló Unamuno…

lunes, 25 de mayo de 2009

Mario Cancel comenta a Julia y cuentos de invierno

El escritor y crítico literario Mario Cancel continúa el diálogo literario con sus comentarios acerca de Julia y cuentos de invierno en su blog Lugares imaginarios


viernes, 15 de mayo de 2009

Writing/Necesariamente bilingüe




Here I am lost again, lost without words, trying to find the words. Lost. The fate all words must avoid. Inevitable, some will be dispersed like sterile seeds, with no fertile ground to land on. Others will recede inside the vast expanses of memory. Yet others fight to become, to materialize, to create, to make, and finally, to think. Words that think themselves, that create themselves. I talked about that already in my first book. But that, like the other words, remains lost.

Why write? Those words I forgot, or maybe I never remembered in the first place. I always admire those who can quote obscure passages from obscure books by obscure authors. I can recite parts of movies, like “A Few Good Men”, or an episode of “Law and Order”. But Flaubert, but Plato, but Paz? I find it incredible, but then I comfort my thoughts with the certitude that these people only remember one or two quotes, general enough in their meaning to be used in any disposition. The glory of genius is in its memory. But what if the memory is copied from itself, a mirror image in a mirror?

Why write? I almost lost the words, but after an extensive search (five minutes, after which I was going to lose it) I found it, under a few good books, all of them smart in their intellectual fortitude, covered by the shield against criticism that is the hard cover.

Sartre says (and maybe I should just scan the page) “One is not a writer for having chosen to say certain things, but for having chosen to say them in a certain way” (“What is Literature”, p. 16).

And then: ”God knows whether cemeteries are peaceful; none of them are more cheerful than a library. The dead are there; the only thing they have done is write”
(p.17).
All apropos to our conversation, right? Only without the quotes, but a simile, a mirror image, a ghost.

And then the chapter “Why Write?”: a linguistic stake through our secret desire, a razor to the umbilical cord of the creation. We give it life, mind you, but then it is gone.

Says Sartre: "To write is thus both to disclose the world and to offer it as a task to the generosity of the reader” (p. 38). Writing is an act of freedom, he says. An act of freedom embedded within that orgiastic trust between the writer and the reader.

Reading, not writing, says Sartre, is the operational virtue.





Necesariamente bilingüe, siento la acometida. Cuenta Ernesto Sábato, en El escritor y sus fantasmas:

“La inmensa mayoría escribe porque buscan fama y dinero, por distracción, porque meramente tienen facilidad, porque no resisten la vanidad de ver su nombre en letras de molde”.

¡Qué fácil provocar la imaginación obtusa, qué fácil remojar las historias ya transitadas, qué fácil es desvivirse por aparecer, por ser leído! Aunque el que lo hace, como dice Sábato, por vanidad, no es leído. ¿Les falta algo?: un matojo de hierbas, un azulejo descarnado, una mirada vitriólica, un amuleto en el cuello.

Entonces Sábato nos cuenta que “quedan entonces los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad. Son los testigos, es decir los mártires de una época. Son hombres que no escriben con facilidad sino con desgarramiento. Son individuos a contramano, terroristas o fuera de la ley”

Entonces es más fácil vivir en la sombra de la normalidad, vivir enajenado del juicio ajeno, ser tímido, vivir escondido de la vida real, para en las noches ensangrentar, pujar, remover, olfatear, deshilar una a una todas las vidas pasajeras de la ficción. El contar es testimoniar. Alguno gritará Aleluya pues ya vio su Ser Mayor, a su todopoderoso, y lo llamó Quijote. Otro gritará que lo vio en un círculo que contiene todos los lugares del mundo, o todos los senderos que se bifurcan. Es lo que Sábato llama el sueño colectivo que calcan estos escritores . Dice “escribir en grande , simplemente es”…Como decíamos: It is what it is.

Si no sirvo para calcar la verdad, si no sirvo para testimoniar, serviré para aconsejar, para ser un mentor. Pero el ser mentor no significa ceguera, el ser mentor no significa distanciamiento. Al contrario, no hay relación más duradera e intensa que la de un mentor con su protegido. ¿Te atreves? ¿Te da miedo? Porque la distancia sólo incrementará el ardor de la misión. Porque las manos que dan tumbos, la piel que se enchina, los intercambios de miradas sin intención, lo sobreentendido y lo dicho, lo que se queda por decir y lo que se desea, nada cambia. Al contrario: sufre, tiembla, florece, se empolva, muere, reverdece y al final queda tatuado.

Y causa esta reacción anafiláctica que es el escribir.

Uno escribe porque la mente pica, por el escozor que la vida causa sobre la piel temblante de un poeta, de un novelista, de un cuentista. Uno escribe para saciar una necesidad biológica. En eso escribir es como el amor: intenso, lo deja a uno sin aire, exhausto y sediento a la vez, quieres más y no quieres, sufres y no quieres sufrir pero buscas sufrir por el sufrimiento que hace que reconozcas tus venas, tu sangre, tu mente. Sufrir es literatura, gozar es literatura. El resto, como diría Barthes, es sólo un mito.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Oubao Moin y el Congreso estadounidense

Me recuerda la compañera Johanny Vázquez Paz, poetisa boricua radicada en Chicago, de un evento reciente que, contrario a la noticia del padrecito manoseador, fue más importante y no recibió la misma cobertura obsesiva de los medios de comunicaciones (o de embobamiento).

Me refiero a que hace una semana, el seis de mayo, un grupo de puertorriqueños entraron al Congreso estadounidense y realizaron un acto de desobediencia civil. Cantando los versos de Corretjer en la canción Oubao Moin (que en lengua taína significa isla de sangre) ese grupo de artistas y activistas (lo cual viene siendo lo mismo, porque el artista es activista en su medio) interrumpieron la sesión que se llevaba a cabo en el Congreso, demandando de forma pacífica la resolución de la situación colonial de la isla.

Recordemos que el primero de marzo de 1954, un grupo de nacionalistas puertorriqueños irrumpieron en el hemiciclo del Congreso estadounidense y balearon a varios legisladores. Lolita Lebrón, Irving Flores y Rafael Cancel Miranda estuvieron encarcelados por 25 años antes de que el presidente Jimmy Carter les extendiera el perdón presidencial. Andrés Figueroa Cordero fue liberado antes por razones humanitarias, ya que moría de cáncer.




¿Qué ha cambiado? Mucho y nada. La situación política de Puerto Rico es la misma condición colonial de hace cien años. Peor, porque el estatus de la isla se ha convertido en la mejor arma del establecimiento político para distraer a los puertorriqueños de sus problemas diarios. ¿Que si el desempleo, que si la criminalidad, que si el déficit presupuestario, que si la educación? En vez de ofrecer soluciones, los políticos fomentan la división y el tribalismo político con el espejismo de la solución al estatus. Cuando las cosas se ponen feas o aprieta la necesidad de liderazgo, los políticos se ponen la capa de magos y sacan del sombrero mágico el conejito del estatus.

¿Cuándo terminará? Estos activistas políticos tienen razón al tratar de realzar el tema de la política puertorriqueña en el hemiciclo del Congreso. Los congresistas estadounidenses no tienen ni idea de lo que ocurre en Puerto Rico ni les interesa. El Comisionado Residente en Washington, que se supone represente los intereses políticos de Puerto Rico a nivel federal, termina ahogado por la miasma del tribalismo político. Sorpresivamente, los congresistas puertorriqueños radicados en Estados Unidos, como José Serrano, Nydia Velásquez y Luis Gutiérrez, son los que más participan en las deliberaciones acerca del futuro de la isla, y mantienen el tema vigente ante sus colegas.

Básicamente, el tema del estatus puertorriqueño seguirá siendo una patraña política hasta que el Congreso estadounidense decida endosar un plebiscito cuyo resultado sea acatado e implementado sin trabas ni obstáculos. Y por lo que veo acá en Washington, los congresistas tienen tantas cosas pendientes (la economía, reforma del sistema de salud, reforma migratoria, etc.) que vale la pena dejar que los versos de Corretjer fluyan como vientos alisios llevados desde el Caribe hasta el Potomac.

Para los que no conozcan la canción, les regalo la versión del grupo de rock puertorriqueño Sol D’Menta:

jueves, 7 de mayo de 2009

El padrecito manoseador


Se reportó anoche en el noticiero de las once que agarraron a un sacerdote manoseando a una mujer bastante caderona ante las aguas turquesas de Miami Beach.


Nada nuevo. Los sacerdotes son tan humanos como tú y yo, y que uno sucumba a la tentación, pues no es gran cosa. Total, si los dejaran casar, a lo mejor son mejores consejeros espirituales.


A este padrecito lo condenó la arrogancia. Guapo, de sonrisa telegénica, el padrecito escribió libros, y fue entrevistado por Cristina, Don Francisco y Oprah. El padrecito pecó de soberbia, se le olvidó que es un simple representante, no una deidad encarnada. Se le olvidó que los sacerdotes no deben ser figuras de farándula. Su ego se lo recordó.


Pero lo que me molestó no fue la noticia en sí, sino que, en medio de tantos problemas, en medio de la crisis financiera; en medio de la epidemia de gripe; en medio de crecientes tensiones sociales y políticas en Pakistán, en Afganistán, en Irán, en Corea del Norte, el noticiero gastara más de diez minutos cubriendo la noticia del padrecito manoseador.


Y claro, me molesto conmigo mismo, por darle la importancia que no merece en este blog….

lunes, 4 de mayo de 2009

Translator


When the words came out, they felt sticky, like molten asphalt against his hard palate. He had them, these words, wrapped around his ventricles, eager to come out. He doubted them, because they were not his, they were not in him when he was born. They were rather like mushrooms growing after too much rain. But they had to come out, and so he wrote them.


He felt like a thief. Turgenev said so: a writer who did not write in his native tongue was a thief and a pig. He wrote this, not in his native Russian, but in German. The pig!

And so he was, stealing away the same letters, reconstructing them, twisting them like pretzels or new DNA. He wasn’t a scientist, but that’s what he was, creating new life out of the detritus of another language. He was Frankenstein, linguistically speaking, of course.


When he finished, he saw the words and read them as if they were his own. He closed the covers of the book. He reached for the box of Gitanes, and lighted one with a match. The smoke filled his tendrils with ochre smoke. He aspirated some through his nose, and was about to let the smoke out of his lips, when he realized he couldn’t reopen his mouth. He pursed his lips, trying to create the requisite opening to blow out some air. His cheeks puffed out, turning crimson red, but he couldn’t pry his lips open. The smoke choked him, all that nicotine and tar pooled around his pharynx. His lungs convulsed, eager to help with diaphragmatic convolutions, trying to get the air out. But he couldn’t. His face paled, his lips turned blue, and with a sudden arching of his neck, he fell to the floor, dead.


The last words in his book were in Spanish. The inspector translated them “The end…due to a lack of words”. The inspector wondered about the words, translating them back and forth, trying to find the same meaning in both languages. A verbal impossibility, he thought, while he reached for the pack of Gitanes.


His last effort, while he choked on the smoke in his closed mouth, was to translate his name in all the languages he spoke. And then he died.

martes, 21 de abril de 2009

Cuento: El Remoto


Me sentaba en frente y me daba todo el poder que necesitaba en la palma de la mano. Luego aprendí que fue semejante al momento aquel en que Prometeo decidió denunciar a los dioses otorgando el fuego eterno a los hombres. Pero en aquel entonces la palma de mi mano era menos que la de ahora, y agarrar todo ese poder me costaba un poco al principio.

Luego, cuando las horas pasaron y los días se volvieron copias del primero, cuando las imágenes se sucedían sin poca variación, descubrí que lo que me asía a ellas, lo que mi mano resguardaba con tanto celo, lo que parecía ser la mejor manera de controlar el mundo, no estaba pegado a mi mano, y lo arrojé.

Cayó sobre la alfombra con un ruido sesgado y hueco. Luego, cuando aprendí las tonalidades de las arpas, recordé ese sonido, como el dejar caer una esfera de plomo al fondo de un alambique, lo asocié con eso y no con las vibraciones angelicales y acuáticas del instrumento. Pero entonces no comprendía las profundidades tonales de los sonidos y no me asusté.

La segunda vez que lo arrojé, lo tiré contra el piso de madera, y lo rompí. Todos los botones salieron volando. La tapa que guarecía las baterías en la barriga plástica explotó, y como un harakiri electrónico salieron todas sus entrañas. Entre chispas y chirridos, el televisor se apagó.

Sólo después de muchos años pude comprender la correlación entre un corto circuito y el desmadejamiento de mi cerebro, pero en aquel entonces solamente disfrute de los fuegos artificiales que causó el despegue del control remoto de la palma de mi mano, y gocé, aunque sobándome las nalgas por la tunda que me dieron, viendo a mis padres, cada vez que querían cambiar el canal del televisor, o subir o bajar el volumen, tenían que levantarse del sofá y recorrer el trayecto de tres metros que los separaban del televisor, una y otra vez, el ir y venir de la angustia y el aborrecimiento.

Pienso que ese poco ejercicio les dilató el final feliz de todos los mortales, pero en aquel entonces simplemente me vengué por las horas que me plantaron frente al televisor, con el control en la mano, y la broma mordaz que resultó dar a un niño control total de un mundo al que no podía acceder totalmente, por la magia de las contraseñas que bloqueaban todos los canales que no eran aptos para menores.

Dar un control incompleto es la peor broma de una democracia.

viernes, 17 de abril de 2009

Desbandada mental (o cómo evitar convertirme en Rubén Sims)


Ensortijo mi mente alrededor de un pensamiento moroso y anticuado, cada vez menos relevante en la era en que vivimos, la era del pensamiento instantáneamente publicado, promocionado, sin edición. Solía ser, los pensamientos aleteaban como murciélagos babosos en el subconsciente, y allí se maquillaban, editaban, catalogaban e instruían, convirtiéndolos y transformándolos en mariposas orales o escritas, graciosas muestras de intelecto que permanecían intermitentemente en el éter intelectual, para luego ser reemplazadas por otras mariposas más graciosas y traviesas, pero de no menos belleza o candor.


Ahora, lo instantáneo, lo inédito reina en supremacía. Los “chats”, los “twits”, los “status updates” todos glorifican la espontaneidad de la emisión súbdita e irreprimida de la palabra. Los estructuralistas dirían que la pureza de la palabra es finalmente apreciada, sin el intermedio del subconsciente. Derrida diría que ese es el problema, que el logocentrismo escrito ha sido simplemente reemplazado por el logocentrismo espontáneo, reemplazando un centro por otro. Freud diría que el subconsciente yace escondido por algo, en su función de pez gato que atrapa el detrito reprimido para evitar ser balbuceado de manera inapropiada. La realidad es que lo relativamente instantáneo reina en los medios de comunicaciones.


Aunque la pureza de la palabra sea una meta loable, sabemos que del dicho al hecho hay gran trecho, y que lo que se vende por espontáneo no lo es.


Lo interesante no es lo que se hace o dice, sino lo que se pretende.


Pretendemos que estos exabruptos inéditos de la palabra nos acercan más a la persona, nos hacen conocerla mejor, nos hacen ser parte de su mundo interior. En otras palabras, queremos, con la supuesta espontaneidad de la palabra, acortar la distancia entre la misma palabra y su emisor. Queremos acortar la cuerda que inevitablemente nos ata a los otros humanos.
Irónicamente, hemos escogido la distancia cibernética para tratar de ensamblar una semblanza de intimidad.


La palabra es importante, pero más importante es recordar que la palabra fluye de una boca, de un bolígrafo, de un teclado, que la palabra es la cadena invisible que garantiza nuestra humanidad. Perder de vista esta perspectiva garantiza que nos convirtamos en simples avatares de nuestra propia existencia. Sería intercambiar nuestra vida por la de The Sims.


Y sinceramente, me gusta tomar mi café en vida real, acompañado de seres reales, en plena y cálida proximidad de sus palabras.

sábado, 14 de marzo de 2009

Otro día de lluvia



Otro día de lluvia. Pensó que siempre era así, que la lluvia cohibía ciertos estímulos de su engranaje cerebral. Como si su cerebro estuviera compuesto de tiras de papel que se encogían cada vez que se mojaban.

Estaba bien. Durmió bien, despertó con el sonido de la lluvia apertrechado entre sus orejas. Fue una reacción sináptica, inconciente. Su ánimo decayó y pensó que tal vez lo mejor era no levantarse.

Pero lo hizo por el deber laboral. Y así lo engañó su pensamiento. Porque el deber laboral lo embaucó, lo arrojó a unos pensamientos tenebrosos, hacia un nuevo dictamen de su vida. Debería esperar al final para marcar un veredicto, su otra voz le dijo. Pero qué más da, siguió pensando, ignorando las otras probabilidades que su mente vociferaba. Aparte, que está lloviendo. No hay nada que perder.

Pensó en el deber laboral, en la palabra “deber”, en todos los deberes, no sólo el deber en el sentido financiero, todas sus deudas ahogando la sanidad del hogar en gritos y amenazas, y la tensión necesaria de los climas austeramente pecuniarios que acompañan cualquier recesión. Era el deber como antónimo de libertad, como su fuerza opositora. El deber como cadena. Las expectativas.

Por eso admiraba a los artistas, porque no tenían ningún deber, nada más que para su arte. El resto, que se calcinara en un bólido de indiferencia. Pero él no. Su base artística aplastada bajo el deber científico. Su capacidad ahogada por las expectativas. Siempre viviendo de las expectativas. Aunque lo negara, aunque se jactara pensando que su vida era su vida y él mandaba en ella, sabía la realidad. Las miradas de desprecio, los comentarios sarcásticos, irónicos o de doble sentido. El respaldo fingido para luego retirarlo ante advertencias.

Vivía así.

Y fue cuando la conoció que sintió un poco de respiro, un poco de liberación. Para nada. Para que en el momento de la verdad, siguiera con las expectativas. Para que a la hora de la hora, volviera a su rol de protagonista agónico, de víctima de su destino, a punto de obtener la libertad, pero con miedo de dar el salto final. ¿Por qué?

Por miedo. Porque más vale malo conocido que bueno por conocer. Por no arriesgarse a perderlo todo para ganarlo todo. Por un atisbo de duda que creció como cáncer. Una duda escondida bajo los susurros de los “te quiero”, una duda que en la ausencia directa eclipsaba todo lo demás.

Por miedo. Así vivía su vida.


Georges DiStefano Folly
Libro de los miedos ausentes

martes, 10 de marzo de 2009

Ejércitos


Tengo una relación complicada con las fuerzas armadas estadounidenses. Nací en América Latina cuando el continente sufría los estertores del intervencionismo norteamericano en Chile, en Nicaragua, en la República Dominicana, en Puerto Rico. La armada estadounidense, y sobre todo los marines, simbolizaban ese espectro colonialista que se pretendió abandonar con las guerras de independencia y que regresó, como el espectro de Marx o de Derrida, esta vez encarnado en la figura del tío Sam, bigotudo y altanero, listo para corregir los errores sociales de sus vecinos continentales, amparado por políticas anacrónicas como la doctrina Monroe.

En Puerto Rico la dicotomía es aún más complicada, no sólo por la presencia de bases militares, como la ya abandonada Roosevelt Roads, sino por la presencia de miles de soldados puertorriqueños en las diversas divisiones del ejército estadounidense, y los miles de veteranos boricuas que pelearon con distinción en Corea, en Vietnam, y hasta en la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día hay miles de soldados puertorriqueños envueltos en las guerras de Irak y Afganistán.

A la misma vez tengo muchos amigos que son militares, activos y retirados. Siempre he admirado la disciplina militar. Para los militares, lograr los objetivos establecidos por los superiores es lo más importante. La creatividad viene en cómo alcanzarlos. Esto se traduce en el campo laboral en una visión abarcadora, en una determinación indisoluble, en un liderazgo a veces inflexible, otras veces insinuante, pero siempre enfocado. A la vez, admiro el valor con que estos soldados arriesgan sus vidas en pos de una misión y de unos valores incuestionables. Admiro y lloro cada vez que escucho de un soldado caído defendiendo su nación, o a su compañero de brigada, arriesgándolo todo por no dejar atrás al compañero herido. Eso es coraje, eso es heroísmo, y debe ser respetado, si no alabado.

Pero la doctrina militar tiene su lado oscuro. La individualidad subyugada al bien común, sin importar la opinión personal o la moralidad particular, es el mal necesario para la cohesión. Las atrocidades cometidas por los cruzados, los visigodos, los egipcios, los mongoles, los japoneses, los árabes, los nazis, los serbios, los hutu, los estadounidenses, y todos los otros ejércitos envueltos en las diversas guerras de esta llamada humanidad manchan de sangre las páginas de la Historia. En nuestra América, el ejército nacional ha sido el instrumento de venganza y represión de caudillos y dictadores tan divergentes como lo eran Pinochet, Trujillo y Rosas. Y no olvidemos las múltiples guerras civiles que enfrentaron, y enfrentan, a hermano contra hermano, a padre contra hijo.

Lo cual me lleva a una pregunta existencial: ¿la guerra hace necesarios a los ejércitos, o los ejércitos hacen necesaria la guerra? En otras palabras, ¿creamos ejércitos para defendernos, o por belicosidad? Supongo que el miedo al otro y la avaricia son incentivos suficientes para que una nación se arme. Es el motivo principal de la actual guerra en Irak y Afganistán: la prevención militar, como si una guerra pudiera inmunizar a una nación contra otros conflictos.

¿Existe la posibilidad de un mundo sin guerras, sin ejércitos? Lo dudo. En la reciente película Watchmen, el miedo a un ser omnipotente y visible (no el temor a un dios abstracto) detuvo a un mundo paralelo al nuestro de una hecatombe nuclear. Pero ese no es nuestro mundo. Por el contrario, el designio divino ha sido utilizado más de una vez como excusa para azuzar ejércitos y para dominar a adversarios.

Desgraciadamente, los humanos tenemos demasiado en común para obviar nuestras diferencias. Sin poder aceptarlas, tendremos guerras y conflictos para rato.

viernes, 27 de febrero de 2009

Are the humanities relevant in the 21st century?


An article this week in the New York Times asserts that the humanities are in peril of becoming irrelevant, a victim of the current economic downturn. The article, titled “In Tough Times, the Humanities Must Justify Their Worth”, reports on the dwindling offering of humanities courses at universities, and that the humanities “are under greater pressure than ever to justify their existence to administrators, policy makers, students and parents”, lest they “return to being what they were at the beginning of the last century, when only a minuscule portion of the population attended college: namely, the province of the wealthy.”

My first reaction is obvious outrage. Do we really need to justify the humanities? Will the humanities really become the "province" of the wealthy few?

After I blew my gasket, and started thinking rationally again, I realized that, in our very complex, industrial, capitalistic world, we do need to justify the teaching of the humanities. It’s not enough to argue that the humanities are an integral part of the universal education of every human; or that they help in the search of truth, individualism, reality, or whatever other abstract measure of value we can come up with.

In a recent essay I wrote for the Journal of Hospital Medicine, titled “The medical humanities as tools for the teaching of patient-centered care” I argued that to include the humanities in the medical school curriculum “in hopes that the clarification of such association will provide medical students a broad-based assessment, a so-called world-view, from which they can become introspective and humanistic when faced with their patients” is a lofty goal, but that “the driving force behind the medical humanities should shift to a quantifiable, evidence-based assessment of its goals.”

We must evolve our thinking for the inclusion of the humanities within higher education, and turn it into a value-added argument. It’s not enough to say they are an integral part of general education. We must demonstrate that the humanities add value to a person’s educational and vocational goals, and that these goals positively impact the bottom line of the corporation or organization that would hire them.

In my position as a medical educator and a humanities scholar, I argue every day that the interaction of the medical humanities in medical school education is valuable. After banging my head against the wall a few times, I switched tactics and set out to demonstrate the value of the humanities in medical education by proving that doctors educated not only in science (anatomy, physiology, etc.) but also in the humanities have a positive, measurable impact on patient satisfaction and health outcomes.

Why can’t we demonstrate the same thing for the humanities in general: that a humanities education makes workers more reliable; that they have better analytical skills and perform better than their peers; that a humanities education improves upon work and costumer satisfaction, and provides a better educated, more complete individual? Why can’t we prove that, in our increasingly technologically dependent and myopic world, the individual educated in the humanities adds value to a corporation or a government agency by having a wide angle view of situations and projects, and becoming an integral person in the accomplishment of the mission of the organization?

It may sound counterintuitive, but the way forward for the humanities is to scientifically prove their relevance.

Only when get beyond the feel-good reasons for the inclusion of the humanities in higher education, and decide to demonstrate their value in economic terms, will the death knell for the humanities stop once and for all.

martes, 24 de febrero de 2009

Pedicura marina


San Juan, Puerto Rico
Martes, 24 de Febrero de 2009

Prohíben usar peces para pedicura

TALLAHASSEE, Florida — Un tratamiento de moda, en el cual peces mordisquean la piel de los pies para eliminar células muertas, ha sido vedado por las autoridades de Florida.




Son callos. O tal vez juanetes. Como quiera me los jampeo, porque parecen bizcochitos, pastelillos de guayaba. La ventaja de la pecera es que los olores no traspasan la cortina húmeda del agua, porque si no, no hay quien trabaje aquí.

Goldficho renunció ayer. Problemas de sobrepeso, le dijo el veterinario. Claro, si le encantaban los juanetes. Sobre todo los de las orcas. Sí, las orcas, así les decimos a las señoronas que llegan calzando zapatos talla 5, enhorquetados con tacones de cuatro pulgadas, cuando lo que tiene son unas planchas de elefante que al menos debían ser talla 12 de hombre.

Pero a Goldficho le encantaban, decía que usaba la imaginación y veía en las orcas una fuente seductora de piel, unos mogotes descascarados de dermis que arrancaba lentamente, sorbiendo las células epiteliales como si estuviera lambiendo un dulce algodonado.

Mientras, Gatúvelo disfruta trabajando. Se pega como lapa al tobillo, se encorva acomodando su cuerpo a los contornos del talón, y acerca sus labios fogosos de pez-gato a la piel, como si la fuera a besar. Usa su lengua pedregosa para suavizar el epitelio escabroso de las señoras. Mientras chupa, usa sus bigotitos para causar descargas de risas en las clientas.

Una de ellas le susurró un día a la jefa, Mai Chilí, que los bigotitos le causaban descargas orgásmicas y dejó propina de cien dólares. Como recompensa, Mai Chilí colocó a Gatúvelo en una pecera particular, con filtro de piedras pómez, traídas de las aguas térmicas de un volcán centroamericano. Desde entonces, no hay quien se aguante su altanería.

Yo estos días estoy a dieta, y solo puedo mordisquear las puntas de los pies y las uñas. Sufro mirando el banquete que se dan los otros peces, pero tengo que sacrificarme. Si no, cuando venga Nemo se me escapa de nuevo con otra. ¡Y con lo cuentero que es! ¡Dizque se le perdió el papá y navegó con tortugas y anémonas! ¡Quién rayos se creé eso!

lunes, 23 de febrero de 2009

¿Diáspora puertorriqueña? La cuestión es una cuestión



No me sorprendió el artículo publicado este domingo en el periódico El Nuevo Día acerca de la diáspora puertorriqueña. No me sorprendió que se estime que la mayoría de los puertorriqueños ya no vivimos en la isla. Ni siquiera me sorprendió la casualidad de que este artículo saliera a unas semanas de mi charla en el Recinto de Aguadilla de la Universidad de Puerto Rico acerca del mismo tema.

Me sorprende que todavía haya gente que se sorprenda.
No me sorprende que el tema tenga tanta vigencia hoy como hace cincuenta años.

Me mudé para los Estados Unidos en el 1990. Todavía recuerdo ese día caluroso de agosto en que mi abuelo nos llevó al aeropuerto para despedirnos. Recuerdo el lloriqueo de mis hermanos y mi ansiedad por mostrarme fuerte, impasible, porque soy el mayor y tenía que ser el hombre de la casa, pues mi padre ya estaba acá, coordinando la mudanza. Recuerdo mirar a través de la ventanilla mientras el avión se elevaba hacia cielos perfectamente brillantes, más brillantes aun por las lágrimas que finalmente rebasaban el límite de mis párpados, y ver como se alejaba esa isla, la isla fantástica y de fantasía que me vio nacer y a la que, en aquel entones, imaginaba nunca volvería a ver con los mismos ojos isleños.

Este año cumplo 19 años fuera de la isla. El aniversario no es ceremonioso a simple vista, pero lo es por lo siguiente: este año se divide mi vida exactamente en dos. Habré vivido mis primeros 19 años en la isla, y llevo 19 años en los Estados Unidos.

En estos 19 años he crecido. Mi vida ha cambiado: soy padre y esposo, médico y escritor. Soy más cínico, menos inocente, más desconfiado. He clarificado las prioridades de mi vida. Y sigo viviendo acá, soñando con regresar permanentemente, pero dudoso de la posibilidad.

Pero lo que no cambia es uno de los ingredientes primordiales de la diáspora: mi plena identificación como puertorriqueño.

En el número inaugural de la revista Diáspora, William Safran, Profesor Emérito de Ciencias Políticas en la Universidad de Colorado en Boulder, describió seis características esenciales para definir el concepto de diáspora:

1) Ellos y sus ancestros han sido dispersados de un “centro” originario específico a dos o más regiones “periféricas” o extranjeras.

2) Deben mantener una memoria colectiva, una visión o un mito acerca de la patria original- su localización geográfica, su historia y sus logros.

3) Creen que no son – y tal vez no serán- aceptados completamente por la sociedad anfitriona, por lo que se sienten alienados y aislados en ella.

4) Consideran a la patria ancestral como el hogar verdadero e ideal, y como el lugar a dónde ellos o sus descendientes volverían (o deberían volver) cuando las condiciones sean apropiadas.

5) Creen que deben, de manera colectiva, comprometerse al mantenimiento o restauración de la patria original y a su prosperidad y seguridad.

6) Continúan relacionándose, de una u otra forma, con la patria, y su conciencia “etnocomunitaria” y su solidaridad son definidas por la existencia de esa relación.

El único de estos apartados que no aplica a mi situación es en lo de la aceptación en la “sociedad anfitriona”. Nunca he sentido el malicioso aguijón de la discriminación (al menos no de manera obvia o directa) y siempre he sido “aceptado”, a pesar de haber vivido toda mi vida en el sur de los Estados Unidos, una región de reputación dudosa en cuestiones raciales.

El resto de los apartados me coloca plenamente dentro de la diáspora puertorriqueña.

Si es que en realidad podemos catalogar los movimientos transmigratorios puertorriqueños como diáspora, o, como ha escrito el profesor Jorge Duany, vivimos en una migración pos-colonial.

Pero de eso les hablo en Aguadilla.