sábado, 8 de agosto de 2009

La ardilla




Lo que pasó fue una incongruencia.

-No debió pasar- pensó Fencho Martínez cuando descubrió el cuerpo rezumante y apestoso de la ardilla. «Ardillas suicidas» había pensado muchas veces, porque siempre se metían en medio de la vía, como si se les hubiera perdido algo, la avellana más grande del mundo, o una bolsa de cacahuates. Aparecen de repente, pero luego titubean, como si lo hubieran pensado por mucho tiempo y de repente, como impulsadas por la desidia de la indecisión, se arrojaran al asfalto y un segundo después pensaran “oh shit!”

Los segundos de decisión son los que dividen nuestra vidas en capítulos o estrofas. Las decisiones nos lanzan a un nuevo destacamento de acción, a una nueva vía de tránsito. No existen decisiones incorrectas, o correctas. Simplemente son decisiones y ya.

Así que cuando la ardilla decidió lanzarse al asfalto, no debió pensar en las consecuencias o en lo que dejaba atrás en la acera de concreto. No debió pensar en el invierno que se avecinaba, en las nueces que había que almacenar, en los cuerpos pálidos e incoherentes de los fetos recién nacidos que florecerían como fantasmas exorcizados durante la primavera a reclamar alimento y lecciones de instinto.

La ardilla se lanzó al medio de la carretera, y ya.

Cuando la vio, intentó frenar. Otro segundo de decisión, pero esta vez una decisión congruente y definitiva, evitar aplastar la pelota de cuero y pelos que se arremolinaba sobre sí, el instinto catapultando su duda, mientras que en su cerebro minúsculo se encendía una sola alarma “¡peligro!¡peligro!”

Pero ya la decisión estaba tomada. La de Fencho y la de la ardilla. Fue el choque entre esas decisiones lo que acabó el asunto.

Ahora que lo piensa bien, solamente vio la ardilla por un microsegundo antes de sentirla. «La sentí a través de las costillas del auto, a través de bujías y frenos, de manivelas, cables y tuercas. Sentí que el camino se ablandaba por un segundo bajo la llanta delantera del lado derecho». En realidad, la moción de evitar la colisión vino después, cuando ya era un gesto risible.

«Me estacioné porque la muerte de la ardilla atropeyó mi conciencia». Eso pensó, que estaba muerta. Cuando se acercó, descubrió que la agilidad del cuerpecillo de la ardilla había permitido salvar su cabeza y su pecho. Le aplastó la pelvis, sus patas traseras y la cola. Emitía un chillido atroz, como de un grillo siendo torturado. Trataba de arrastrase con sus patas delanteras, pero no podía con el peso de su cuerpo triturado, nutriendo de sangre y pellejo los orificios de la brea.

«Dudé un segundo en lo que debía hacer». Pero al igual que la ardilla, la decisión se adelantó al análisis de las consecuencias. «Alcé mi pie para aplastar su cabeza. Pensé que hacía lo correcto, parar su sufrimiento».

Fencho estaba tan concentrado en su decisión que no escuchó la bocina ni el frenazo del auto que se avecinaba.

Ahora Fencho se desliza por los pasillos del hospital en su nueva y brillante silla de ruedas. Su pelvis y sus piernas fueron trituradas por el auto que se avecinaba, cuyo conductor, antes de tomar la decisión incongruente y risible de evitar un choque, observaba como un hombre de tan mala calaña estaba a punto de aplastar la cabeza de una ardilla moribunda.

1 comentario:

Neida Perez dijo...

Raro encontrar-me de repente, de la nada, con alguien como tu, o mejor, raro que me hayas encontrado, leido (cuando casi no publico) y comentado. Me alegra bastante que lo hicieras. Me encanta tu blog y la manera tan fina en que se te ordenan las palabras. Como tu, tambien espero tener la oportunidad de conocernos. Gracias!
Neida