Ensortijo mi mente alrededor de un pensamiento moroso y anticuado, cada vez menos relevante en la era en que vivimos, la era del pensamiento instantáneamente publicado, promocionado, sin edición. Solía ser, los pensamientos aleteaban como murciélagos babosos en el subconsciente, y allí se maquillaban, editaban, catalogaban e instruían, convirtiéndolos y transformándolos en mariposas orales o escritas, graciosas muestras de intelecto que permanecían intermitentemente en el éter intelectual, para luego ser reemplazadas por otras mariposas más graciosas y traviesas, pero de no menos belleza o candor.
Ahora, lo instantáneo, lo inédito reina en supremacía. Los “chats”, los “twits”, los “status updates” todos glorifican la espontaneidad de la emisión súbdita e irreprimida de la palabra. Los estructuralistas dirían que la pureza de la palabra es finalmente apreciada, sin el intermedio del subconsciente. Derrida diría que ese es el problema, que el logocentrismo escrito ha sido simplemente reemplazado por el logocentrismo espontáneo, reemplazando un centro por otro. Freud diría que el subconsciente yace escondido por algo, en su función de pez gato que atrapa el detrito reprimido para evitar ser balbuceado de manera inapropiada. La realidad es que lo relativamente instantáneo reina en los medios de comunicaciones.
Aunque la pureza de la palabra sea una meta loable, sabemos que del dicho al hecho hay gran trecho, y que lo que se vende por espontáneo no lo es.
Lo interesante no es lo que se hace o dice, sino lo que se pretende.
Pretendemos que estos exabruptos inéditos de la palabra nos acercan más a la persona, nos hacen conocerla mejor, nos hacen ser parte de su mundo interior. En otras palabras, queremos, con la supuesta espontaneidad de la palabra, acortar la distancia entre la misma palabra y su emisor. Queremos acortar la cuerda que inevitablemente nos ata a los otros humanos.
Irónicamente, hemos escogido la distancia cibernética para tratar de ensamblar una semblanza de intimidad.
La palabra es importante, pero más importante es recordar que la palabra fluye de una boca, de un bolígrafo, de un teclado, que la palabra es la cadena invisible que garantiza nuestra humanidad. Perder de vista esta perspectiva garantiza que nos convirtamos en simples avatares de nuestra propia existencia. Sería intercambiar nuestra vida por la de The Sims.
Y sinceramente, me gusta tomar mi café en vida real, acompañado de seres reales, en plena y cálida proximidad de sus palabras.
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