domingo, 23 de agosto de 2009

Spiks, o los riesgos del racismo intelectual




Llevo varios días pensando en esto. No lo creí en el momento. A veces hay que contar las cosas para asegurarse de que en realidad pasaron.

Estábamos sentados al frente de una pizzería en un vecindario bastante pudiente de los suburbios de Washington DC, llamado Great Falls. La pizza se tardaba un poco, por aquello de que la espera acrecienta la calidad gustativa de la comida.

Al lado de la pizzería hay un 7-Eleven, frecuentado por trabajadores latinos, quienes trabajan asiduamente en los jardines, techos y cocinas de los abogados, cabilderos, legisladores y ex-agentes de la CIA que viven aquí. En el 7-Eleven compran taquitos, pizzas (no tan ricas como las de la pizzería), Red Bull y cerveza. A las seis de la tarde, de camino a la casa luego de laborar bajo el sol veraniego, hay un constante vaivén de autos llenos de hombres de piel tostada.

Al otro lado del 7-Eleven hay un restaurante griego. Cuando abren la puerta, se despide el aroma de pan recién horneado y de carne de cordero asada con orégano y romero. Un hombre de nariz alargada y mentón perfilado sorbe café turco sentado al lado de la entrada.

De repente, se escucha el chirrido de metal y frenos. Un Toyota viejo, de pintura descascarada, pero todavía con el corazón hidráulico en plena función, se estaciona frente al 7-Eleven. A la vez, un hombre blanco, de pelo encanecido, alto, de buen vestir, camina impetuoso hacia el restaurante griego.

Del Toyota salen tres hombres. El conductor debe tener cincuenta años, tiene la piel curtida y usa anteojos bifocales. Los otros dos hombres están entre los veinte y treinta años, de pelo negro y rasgos aindiados. Todos visten camisetas cubiertas por manchas de grasas. Sus manos están cubiertas de betún. El pantalón de uno de ellos tiene un orifico a la altura de la rodilla.

Los hombres del Toyota dirigen la vista hacia el auto del otro hombre. De esa dirección, una voz grita, “God damn spiks!”

Cuando sigo la vista a los hombres del Toyota, veo al hombre del otro carro dirigiéndose hacia el restaurante griego. En sus ojos detecto los restos de un odio que hacía tiempo no veía. En sus labios se dibuja una media sonrisa de satisfacción.

Los hombres del Toyota siguen caminando hacia el 7-Eleven. Cinco minutos más tarde salen y se montan en el carro. Uno de ellos come de una bolsa de Doritos. Los otros tiene hot-dogs en sus manos. El hombre del otro carro sigue sentado en frente del restaurante griego, sorbiendo café con el otro hombre. Parecen disfrutar de un chiste.

Pasan otros cinco minutos. Dos patrullas de la policía del condado aparecen y se estacionan frente al 7-Eleven. Los cocineros de la pizzería, todos latinos (lo sé porque los escuché hablando en español) miran sin interés a los dos policías entrar al 7-Eleven y continúan depositando ruedas de pepperoni y cebolla sobre la harina aplanada de la pizza.

Hacía mucho tiempo no escuchaba la palabra spiks. Pero lo que me hizo pensar no fue la palabra, sino el contexto. Escucharla en medio de un bastión del poderío económico del área me sorprendió. Uno espera que el dinero y la educación generen un poco de tolerancia y solidaridad. Pero ya sabemos que eso no es cierto.

También me sorprendió (aunque no debió sorprenderme) la reacción de los hombres del Toyota y de los cocineros. Parece que escuchar la palabra spik en su diario vivir no es nada singular. Parece que la aparición de la policía luego de que alguien los llame porque hay “mucha gente de color perturbando la paz en frente del 7-Eleven” no es nada del otro mundo.(Especulo en cuanto a la razón por la que la policía apareció de la nada justo antes de que los hombres del Toyota se fueran, pero ¿a qué otra conclusión se puede llegar? ¿Que fue casualidad? Please.)

El racismo no conoce barreras. Es más, generalmente los poderosos son los más racistas, lo que los hace más peligrosos que los ignorantes que odian al otro simplemente porque no lo conocen. El racista ignorante comete actos racistas por el simple hecho de su ignorancia. Por lo mismo, su racismo es potencialmente remediable con un poco de educación. El racismo intelectual es más peligro que el racismo inculto, porque está arraigado en la profundidad del ego o del interés pecuniario.
Y ese racismo es mucho más difícil de eliminar.

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