martes, 26 de agosto de 2008

Descontento


En el estancamiento proletario que supone una falta de inspiración, siempre te encuentro aquí, resguardando los recuerdos e imaginando que puedo escribir. Otro comentario insípido, ser o no ser, siempre cuestionando, siempre inconforme. ¿Es la inconformidad la señal de la perdición, o es requisito de vida?
Lo opuesto, en inglés, contentment. ¡Qué carajo! ¿Cómo complacerse, cómo regodearse, cómo no mirar más allá?

Georges DiStefano Folly
Libro de los miedos ausentes

domingo, 24 de agosto de 2008

El escritor-isla


¿Cómo escribe un escritor sin fronteras, un escritor sin el respaldo de la maquinaria intelectual de su país? ¿Cómo enfrenta el ciudadano universal a los convencionalismos regionales y nacionales, en los que cada persona es adoptada por la unidad nacional como suyo, mientras que el ciudadano no se reconoce en nadie? Sufre, sufre el escritor cuando no ve su nombre en las páginas de la más reciente publicación, que contiene la obra o los ensayos de los escritores del patio. Sufre cuando ve que, a distancia, es una claque cohesiva que crea, come y bebe unida, mientras que el escritor vive alejado, “escondido” dijeron cuando ganó su primer premio. ¿Quién es este tipo? ¿De dónde salió?

El escritor reta el convencionalismo de que el escritor nativo que vive y crea en el extranjero no puede serlo. Uno no puede ser moneda de dos caras. Uniformidad, historia repetida, eso es lo que se anhela.

Lo que no saben es que el escritor a distancia anhela la pertenencia a la claque, pero a la vez siente un poquito de orgullo al no pertenecer a ella. Porque la distancia, la no-pertenencia, le da perspectiva.

Tal vez.

Mientras tanto, sige creando, aunque no lo inviten a colaborar, no lo inviten a sus reuniones, no lo inviten a sus congresos. En fin, permanece aislado. Pero crea. Y la creación le da a su umbral, a su isla, la calidad de universo.

Ciudadano isleño, aislado de su isla.

“No man is an Island.” Te equivocaste, Don Donne. Todos los somos.

sábado, 16 de agosto de 2008

Las olimpiadas del descontento


Las protestas no se hicieron esperar. Pero no me refiero a los reclamos mundiales por las violaciones a los derechos humanos en China o en Tibet. Ni siquiera hablo de la iniciativa rusa por recuperar su imperio (parece que nadie le dijo a Putin que los imperios del siglo 21 no son establecidos por las armas, sino por la ciber-tecnología).

Me refiero a los atletas.

Todo iba bien hasta hace unos días: las gimnastas estadounidenses se quejaron porque las chiquillas chinas, quienes ganaron la medalla de oro en la competencia de equipo, parecían menores de lo establecido por el comité olímpico para poder competir. La edad mínima es 16 años.

Hay que aceptarlo, las niñas parecían eso, niñas. Pero peor para las estadounidenses, si se dejaron vencer por unas chiquillas de catorce o quince. Y peor aún quejarse por ganar la medalla de plata.

Pero esto fue sólo el comienzo:

El estadounidense James Blake perdió frente al chileno Fernando González en las semifinales de tenis, y lo acusó de tramposo.

Los serbios protestaron la séptima medalla de oro en natación de Michael Phelps, quien la ganó por una centésima de segundo. Los serbios acataron el veredicto luego de que se revisara en cámara lenta el final de la carrera.

El luchador sueco Ara Abrahamian protestó su tercer lugar arrojando la medalla de bronce al suelo. Su entrenador catalogó la decisión de los jueces como “política” (como si los suecos tuvieran problemas con alquien). A consecuencia de sus acciones, el Comité Olímpico lo descalificó y le retiró la medalla.

En inglés, todos son llamados “sore losers”.
Todos tienen que aprender que en la victoria, al igual que en la derrota, hay que ser humildes y respetuosos.

Total, mientras ellos competían, nadaban, brincaban, levantaban y luchaban, los chinos continuaban limitando la libertad de expresión en su vasto territorio, los rusos buscaban afilar sus garras imperiales que se oxidaban en el letargo del nuevo milenio, y los Estados Unidos demostraban la hipocresía capitalista de que ellos son los únicos que pueden invadir otros países. Cuando Bush invade Irak, es por “regime change” y para establecer la democracia en el Medio Oriente. Cuando los rusos invaden Georgia, son unos abusadores y bravucones (no encontré una buena traducción de “bully”).

Todavía falta otra semana olímpica. A ver si en la ceremonia de clausura, los chinos nos regalan otro espectáculo de ciencia ficción.

martes, 12 de agosto de 2008

Libertad de inexpresión



Leyendo “Los versos satánicos” de Salman Rushdie, me sorprendo viajando en el tiempo. Escucho en la radio la noticia de que Random House, una de las editoriales más grandes del mundo, ha decidido cancelar la publicación del libro “The Jewel of Medina” de la escritora Sherry Jones. La novela es una versión ficticia de la vida de Aisha, la esposa del profeta Mahoma. Random House decidió no publicarla, porque una profesora universitaria que fue consultada para evaluar la novela advirtió de la posibilidad de protestas, y hasta de ataques terroristas, por parte del mundo musulmán.
Me sorprende que un miembro de la facultad de cualquier universidad utilice el miedo para atentar contra la libertad de expresión. El que Random House se niegue a publicar el libro no me sorprende: el riesgo al bolsillo corporativo es grande.
¿A esto hemos llegado? ¿A que el miedo a posibles protestas aplaste un trabajo de ficción?
Lo peor es que esta actitud continúa la caracterización occidental del Islam como una religión violenta, intolerante, radical. La gente piensa que en el mundo árabe no hay libertad de expresión. Y aunque a muchos de los regímenes de ese mundo les falte su buena dosis de democracia, existen millones de musulmanes que aman tanto a su religión como a la libertad.

Salman Rushdie vivió escondido por muchos años porque unos pocos impusieron su intolerancia radical sobre la mayoría. La censura fue derrotada. El extremismo anulado. Por eso puedo leer “Los versos satánicos” con gusto.

Nunca pensé que Random House fuera tan intolerante como el Ayatollah Khomeini.