jueves, 11 de junio de 2009

Spa perruno

Nota: el periódico The Washington Post publicó en su edición del 11 de junio, un artículo acerca de la proliferación y aceptación de terapias alternativas para mascotas. Vea el artículo aquí




Bienvenido al Spa Perruno. Mucho gusto. No, no es que seamos exclusivamente para caninos, el Spa está nombrado así en honor al creador del movimiento para el mejoramiento de la salud animal a base de terapias alternativas, Doctor Pedro Perruno, que en paz descanse. Pero, sí, para mantener la paz entre nuestro clientes, que generalmente vienen acá un poquito grouchy, tenemos seccionadas las diferentes áreas del Spa. Claro, seguro, aquí puede dejar el collar, generalmente mantenemos a nuestros clientes, como dicen por allá acerca de las gallinas, free range.

Bien, por aquí tenemos la pedicura y manicura. Mientras su perro roe un exquisito hueso de codorniz de la India, nuestras expertas en garras utilizan las técnicas más adelantadas en el arte de la manicura para convertir zarpas en bellas curvas nacaradas de cutícula y muñón. La keratina se suaviza con un ungüento patentizado de leche de coneja y arena del Sahara para proveer un lustroso asentamiento al pie, mientras que los colchones son mullidos y acicalados con esponjas del mar de las Malvinas (inglesas, por supuesto. ¡Dichosos argentinos, se creen dueños del cono sur!).

Aquí tenemos el área de masajes. Los caninos y los felinos son anestesiados levemente con nuestro ungüento de concha nacarada de Azeibaján (solamente se encuentra en los desiertos de gran altitud) que suaviza la piel mientras crea en los animales alucinaciones de días mejores, en los que no necesitan perseguir canarios o defecar en público. Los pobres, desde que se requiere recoger sus “evacuaciones” en bolsitas plásticas, mantienen una actitud un poco más positiva en cuanto a su vida…ahem, de perros. Disculpe, no lo pude evitar.

Finalmente, tenemos el cuarto de acupuntura. Sí, por aquí, no se asuste por las cortinas de bambú, exportado de Madagascar y convertido en estas mallas por los mejores artesanos del Ponte Vecchio . El sonido que escucha es el viento que se destila a través del bambú para crear un white noise natural.

Como puede ver, tenemos bozales en esta sección, todavía el sentido del bienestar a través de la acupuntura no ha evolucionado en los animales, que llevan siglos aterrorizados por cosas puntiagudas. Pero una vez las primeras agujas encuentran el chacra adecuado, nuestros clientes sienten un bienestar superior, en el que encuentran reivindicación a su vida como mascotas, mientras sus dolores y achaques desaparecen por completo.

Bueno, espero halla disfrutado del tour. Por favor, sí, llévese la botella de agua de azahar, la embotellamos aquí mismo. Claro, tenemos planes familiares. A las únicas mascotas que no atendemos son los peces. Pero si tiene alguno, me avisa. Siempre necesitamos más de ellos para el departamento de pedicura marina.

domingo, 7 de junio de 2009

Vicios de identidad y espejismo


Comenta Joseph Brodsky de la humildad del escritor. Que el escritor, sobre todo el escritor en el exilio, debe utilizar la experiencia del exilio para darse cuenta de su presencia en el mundo, un grano de arena más entre los miles de millones de seres humanos. Es difícil, pues como él mismo dice, la angustia existencial del escritor es esa búsqueda de relevancia que nos queja, nos impulsa a batallar a diario (debería ser a diario) contra el papel en blanco, o el parpadeo hipnotizante del cursor.

Por muchos años pensé que mi interés en la experiencia del exilo obedecía a mi historia personal, la misma historia calcada a grandes trazos, pero distinta en los detalles, de todo aquel que abandona su terruño original, sea cual sea la razón. Pero luego de muchos años, he descubierto que mi exilio es, por así decirlo, un exilio doble. No es simplemente el exilio geográfico, el abandono del país natal a otro país de mejores condiciones económicas y sociales, sino que sufro un abandono de carrera y profesión.

La pregunta clave es si soy un escritor exilado en el país de los médicos, o viceversa. Hace poco, mi angustia quedó un poco disminuida por la declaración de un colega, que me bautizaba como “escritor disfrazado de médico”. Me pavoneaba con esta frase, como si fueran palabras mágicas de un encantamiento que rompería de una vez la imagen despechada que aparecía fantasmagóricamente ante mi espejo todas las mañanas. Esas palabras, esos talismanes, pospusieron un asalto a mis inquietudes, prologaron la beatitud forzosa del ser artista, y amedrentaron los vicios pecuniarios que inevitablemente vaticinan una asentamiento ideológico estancado en lo que llamamos “profesión”.

Pero la calma y el sosiego anímico duraron poco. Luego, otro colega se burló de mi aseveración, riéndose cuando propuse la solución a la dualidad profesional. “No seas ingenuo” dijo (más o menos dijo, según recuerdo), “tú eres médico y nada más. Si escribes, es pura casualidad”.

Miré mis manos, observé un leve temblor en ellas. Me imaginé otra persona, escritor a tiempo completo, dando clases o atendiendo seminarios, editando textos, procurando impartir un grado de majestuosidad a la verborrea de otros. Luego recordé lo que soy, lo que genera mis ingresos, lo que me da la paz económica (aunque recientemente, esa paz económica esté amenazada por los fuegos credenciales) y capitulé ante mi ilusión.

Dejé de escribir un tiempo, pues las palabras de mi colega (¡qué feroces son las palabras!) domeñaron esa pizca de seguridad intelectual que me había hecho una especie de carcamán lúdico y acelerado. Seguí viendo pacientes, seguí analizando patologías intolerables, seguí ganando dinero, poco, lo necesario para pagar cuentas y comer en restaurantes módicos. Viajé, poco. Eso sí, seguí leyendo. Uno no quiebra los vicios repentinamente.

Y fue leyendo que volví a creerme, o más bien, volví a crearme. Ya he escrito de la necesidad biológica que para mí constituye la literatura. Leer y escribir son tan esenciales para mí como comer o respirar. Es cierto que uno puede dejar de comer por un tiempo pero eventualmente, el cuerpo pide los nutrientes necesarios para continuar este chapaleteo amedrentado que llamamos vida. Y es por eso que sigo escribiendo.

¿Resuelve esto la crisis de identidad? Creo que ya no importa. Lo que nos llaman, o lo que nos da dinero, no tiene que ver nada con las funciones vitales. Pregúntele a un adicto. Tal vez por eso el colega que me bautizó como “escritor disfrazado de médico” los llama “vicios de construcción”. Y porque como dice Brodsky, si buscamos relevancia, si buscamos significancia en la tragicomedia que es la vida del escritor en exilio (¿acaso no todos los escritores vivimos exiliado de algo?) el título del que escribe no importa tanto. Lo que importa es la creación. Ya Dios los sabía: tantos títulos honoríficos para ser exaltado al fin por su propia creación, el hombre. A menos que sea al revés. Y ya de eso nos habló Unamuno…