lunes, 28 de diciembre de 2009

Noche




Dicen que la noche es el refugio de las penas, el antro hemisférico que resguarda sueños, deseos, astucias, todo. Dicen que trabajar de noche por tanto es un atentado ante todo lo que la noche representa, libertad, emoción, lubricidad.

Trabajar de noche atenta contra los ciclos naturales del cuerpo humano, cataliza descargas humorales que eventualmente sonsacan las efervescencias normales del diario vivir y convierten a la persona en un ser a quien el sol le causa ronchas. Como los vampiros.

Así dicen los que trabajan de noche, que se están convirtiendo en vampiros. Es cierto. Trabajar de noche es el epítome del capitalismo, indica que el trabajo es bueno a todas horas, sin importar los ciclos naturales del hipotálamo. Trabajar de noche es un riesgo, dicen algunos, sobre todo en las mañanas, cuando los cerebros mal acostumbrados intentan prestar atención al ulular del tráfico.

Lo otro que descubro en las noches es mi impaciencia ante la imbecilidad de la gente. Es como si la ausencia de sol permitiera evidenciar la luminosidad intrínseca de las personas para poder detectar, catalogando la mirada permitida como una de rayos-x (intrusiva pero determinante), los focos naturales de falta de carácter o de sentido común o de permisividad. La noche lo convierte a uno en detector de imperfecciones.

Claro, la noche también oscurece las imperfecciones de uno mismo, es por eso que los adictos, los traficantes, las prostitutas y los escritores preferimos trabajar de noche. No, no se alarmen si incluyo a los escritores con estos otros personajes nocturnos, de mala patraña dirán algunos. Pero es que dentro del bajo mundo de la noche se descubre la verdadera claridad de las personas.

Es como si estos personajes que a la luz del día permanecen mancillados por los pudores societales, en las noches descascaran su coraza de vida y se convierten en el eco de lo que verdaderamente son: elementos de la humanidad que permiten resguardar las verdades que ostentamos dentro del ser. La noche engendra seres verdaderos, reales, sin fachas ni tapujos, sin pretensiones.

Es por eso que algunos escritores prefieren la noche. No sólo por la tendencia a la calma y el sosiego necesario para refrenar los ruidos y las distracciones del día, sino porque bajo el escapulario astral, el escritor puede desentrañar aquello que lo roe por dentro, dejarlo salir con la esperanza de que se convierta en algo susceptible a sus emociones y sus mareos, a sus inconveniencias intelectuales y a sus lubricidades humanas.

La noche es escenario, telar y mina, la noche es el espejo cóncavo de todo, la entrada al mundo paralelo de la verdad humana. Quien cierra los ojos durante la noche se pierde el mundo en todo su esplendor. La noche es el día literario.

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