
Se espabilan las fotos, despiertan acuciadas por el cursor, que intenta escoger la más idónea para la identificación anónima.
Presiona la faz de una, de perfil levemente transitado a la izquierda, que aumente la turgencia de los pómulos, que incite sabiduría porque muestra la frente más abultada.
El ángulo disminuye las sombras de los ojos, y la papada advenediza de los años.
La encoge, la agranda, la cambia a blanco y negro, a un tono sepia, a un tono antiguo, ajado.
Escoge la que denota tristeza. No está de humor para expresar felicidad a los cientos de amigos, que en realidad son conocidos, que la mayoría es que simplemente conoce, de algunos lo único que conoce es un nombre y a veces su apellido.
Y nada más.
Dirán que la foto lo desmerece, que no refleja su verdadera personalidad.
Tal vez.
Pero es lo que hay.
Menos foto. Más introspección.
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