miércoles, 12 de marzo de 2008
La prostitución de Eliot Spitzer
No voy a hablar de la prostitución como vicio o crimen o profesión, ni de las razones que llevaron al Gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, a pagar sumas de dinero tan extravagantes por los servicios de una prostituta. Tampoco voy a encarar el tema desde el punto de vista económico, de demanda y oferta. Ni siquiera hablaré desde el historicismo de la segunda profesión más vieja del mundo (el fratricida Caín gana ese premio).
Me llama la atención un artículo publicado por el Washington Post acerca del asunto. En él, se habla de las prostitutas de “alto rango” o “high-end escorts”. Se comenta que muchas mujeres han dejado trabajos “legales” para desempeñarse como “cortesanas” de hombres que están dispuestos a pagar cientos y hasta miles de dólares por una o varias horas de “entretenimiento”. Lo que sorprende un poco es que, de acuerdo al artículo, algunas de estas chicas son contratadas, no para tener relaciones sexuales, sino para conversar, para ser buenas oyentes. En otras palabras, son pagadas para ser amigas.
Algunas dirán: “Whatever, ¡quién se lo cree!" “¡A otro perro con ese hueso!” “¡Han visto Pretty Woman demasiadas veces!”
Si pasa (y es posible que pase, aunque no creo que sea la mayoría), ¿qué diferencia hay entre contratar una prostituta para “hablar” y pagar a un siquiatra? Igual, se paga por hablar. Y estoy seguro que hablar con una mujer inteligente y atractiva refuerza el ego mucho más que estar sentado en un diván escuchando a un heredero de Freud hablar de nuestros sueños…
¿Qué dice esto de nuestra sociedad? Nos hablamos mejor por teléfono o por email que en persona. No nos escuchamos porque el televisor está prendido todo el tiempo, o estamos muy ocupados, o porque el audífono del celular que prende de nuestra oreja todo el día, como el diablito o angelito de nuestra conciencia, nos haga parecer esquizofrénicos hablando solos.
Necesitamos hablar. Necesitamos a alguien quién nos escuche.
A veces no encontramos a nadie.
Sinceramente, hay prostitutas (las han habido desde la antigüedad) porque hay espacio para ellas en la sociedad. Aunque las tratemos de erradicar o reformar, aunque creemos las condiciones económicas y sociales necesarias para que una mujer o un hombre se gane la vida “legalmente”, siempre habrá un hombre (o una mujer) que quiera pagar a una mujer (o un hombre) por sexo o lo que sea, y siempre habrá alguien (hombre, mujer, enano) dispuesto a hacerlo. No hablo de la prostitución infantil, ni de aquellos que hacen turismo sexual. El que prostituye un niño o una niña, el que paga por ello, y el que se hace el loco para permitirlo, todos merecen el peor castigo.
Pero si ahora les pagamos simplemente para que nos escuchen… ¡bye, bye, Freud!
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