martes, 25 de marzo de 2008

Ostras

I.

Cierro los ojos y extiendo mis manos buscando
la genialidad alterativa que se expande ante
mi ceguera momentánea.
Abro las palmas de mis manos,
como buscando
un brazo;
agarro a uno por la espina, y lo halo.
Se desprende sin miedo y sin dolor, como las telarañas.
Abro los ojos.
Lo cerceno con el bisturí caduco de mis dedos.
Página al azar (la página no lo cree):

Qué espléndida laguna es el silencio
allá en la orilla una campana espera
pero nadie se anima a hundir un remo
en el espejo de las aguas quietas.


Benedetti. “El silencio”.

Cierro los ojos. Me desprendo.

II.

Se avienta un casquillo a mi visión desfigurada
por el odio
Se revienta, ¡pow, pow!, no cree
que su trayectoria carezca
de la fuerza nebulosa de su idilio.

-¿Con la vida?- pregunta.
-No, hombre, con mi mujer.
¿No lo sabías?

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