Existen temas que, como los fantasmas, insisten en causar escalofríos a los escritores. Para mí, uno de esos temas es la originalidad.
El Diccionario de la lengua española tiene varias definiciones de la palabra “original”. Las primeras dos dicen que:
1) Perteneciente o relativo al origen.
2) Dicho de una obra científica, artística, literaria o de cualquier otro género: Que resulta de la inventiva de su autor.
No es hasta la sexta definición que se menciona algo del concepto de “novedad”. Resulta que todo lo que había pensado acerca de la originalidad es una indiscreción gramatical que la Academia de la Lengua considera una acepción de sexto grado.
Habría que buscar el origen del concepto de originalidad. Para ello, me sirvo del libro “Art and its Significance: an Anthology of Aesthetic Theory”, editado por Stephen David Ross. Encontré este librito, publicado en 1984, en una establecimiento de libros usados, y me ha servido muchísimo en mi entendimiento de lo que es el arte, y la literatura. Contiene ensayos de varios filósofos, desde Platón y Aristóteles, pasando por Hegel y Nietzche, llegando hasta Derrida, Foucault, Freud (a quién mi ordenador insiste convertir en “Freíd”, lo que debe ser un “freudian slip” de Microsoft), Jung, etc., todos preocupados por lo que es ese gran vocablo “arte” (la primera definición de “arte” de la Real Academia es “Virtud, disposición y habilidad para hacer algo”).
En cuanto al concepto de originalidad, me llama la atención el ensayo titulado “What is Art?”, de Leo Tolstoy. Tolstoy define arte en términos médicos (je,je), diciendo que “if only the spectators or auditors are infected by the feelings which the autor has felt, it is art”. Entonces el autor es básicamente el medio de incubación de un germen que intenta infectar a quien lo lea. Si el lector se contagia con las emociones del autor, ahí hay arte.
Luego, Tolstoy establece los requisitos para lograr esta acción endémica: individualidad, claridad y sinceridad.
¿Y la originalidad? Pues está contenida en la individualidad. En otras palabras, todos somos caras, todos tenemos dos ojos, nariz, boca. Pero lo que nos distingue es cuestión de ser uno mismo debajo del bondo diario, de decir la verdad artística (por más que cuestionemos las verdades, porque mi verdad tal vez no sea la tuya, hay algunas que sí son verdades de verdad, verdad), y decirlo bien, claro, con seguridad en la palabra y en quién las emite. Es cuestión de infectar al lector. Nunca pensé que los viruses fueran tan obsequiosos.