sábado, 14 de marzo de 2009

Otro día de lluvia



Otro día de lluvia. Pensó que siempre era así, que la lluvia cohibía ciertos estímulos de su engranaje cerebral. Como si su cerebro estuviera compuesto de tiras de papel que se encogían cada vez que se mojaban.

Estaba bien. Durmió bien, despertó con el sonido de la lluvia apertrechado entre sus orejas. Fue una reacción sináptica, inconciente. Su ánimo decayó y pensó que tal vez lo mejor era no levantarse.

Pero lo hizo por el deber laboral. Y así lo engañó su pensamiento. Porque el deber laboral lo embaucó, lo arrojó a unos pensamientos tenebrosos, hacia un nuevo dictamen de su vida. Debería esperar al final para marcar un veredicto, su otra voz le dijo. Pero qué más da, siguió pensando, ignorando las otras probabilidades que su mente vociferaba. Aparte, que está lloviendo. No hay nada que perder.

Pensó en el deber laboral, en la palabra “deber”, en todos los deberes, no sólo el deber en el sentido financiero, todas sus deudas ahogando la sanidad del hogar en gritos y amenazas, y la tensión necesaria de los climas austeramente pecuniarios que acompañan cualquier recesión. Era el deber como antónimo de libertad, como su fuerza opositora. El deber como cadena. Las expectativas.

Por eso admiraba a los artistas, porque no tenían ningún deber, nada más que para su arte. El resto, que se calcinara en un bólido de indiferencia. Pero él no. Su base artística aplastada bajo el deber científico. Su capacidad ahogada por las expectativas. Siempre viviendo de las expectativas. Aunque lo negara, aunque se jactara pensando que su vida era su vida y él mandaba en ella, sabía la realidad. Las miradas de desprecio, los comentarios sarcásticos, irónicos o de doble sentido. El respaldo fingido para luego retirarlo ante advertencias.

Vivía así.

Y fue cuando la conoció que sintió un poco de respiro, un poco de liberación. Para nada. Para que en el momento de la verdad, siguiera con las expectativas. Para que a la hora de la hora, volviera a su rol de protagonista agónico, de víctima de su destino, a punto de obtener la libertad, pero con miedo de dar el salto final. ¿Por qué?

Por miedo. Porque más vale malo conocido que bueno por conocer. Por no arriesgarse a perderlo todo para ganarlo todo. Por un atisbo de duda que creció como cáncer. Una duda escondida bajo los susurros de los “te quiero”, una duda que en la ausencia directa eclipsaba todo lo demás.

Por miedo. Así vivía su vida.


Georges DiStefano Folly
Libro de los miedos ausentes

2 comentarios:

Katy dijo...

He ojedo tu blog. Me gusta. Tienes un premio en el mío
Puedes recogerlo cuando gustes
un saludo

http://katy-pasitoscortos.blogspot.com/

Katy dijo...

Bueno veo que no has escrito desde entonces. Soy yo de nuevo. Tienes unos premios en mi blog, además de los del otros día. Si te apetece puedes recogerlos cunado quieras.
Un saludo
http://katy-pasitoscortos.blogspot.com/