miércoles, 4 de febrero de 2009
Facebookeando, o la vitrina de cristales ahumados
Hace unos días, en mi página de Facebook, me encontré con esos jueguitos de personalidad que cruzan las fronteras de nuestras ciber-islas. Era la lista de las “25 cosas”, en otras palabras, escribir una nota con veinticinco datos novedosos, personales, sobresalientes (o simplemente salientes) de la vida de uno. Era como si uno buscara en el sótano de una casa y pudiera componer un perfil personal a base de 25 objetos encontrados al azar.
Me tomó mucho tiempo aceptar el reto. Y me tardé mucho tiempo precisamente porque lo consideré un reto.
En una conversación reciente con una persona a la que admiro mucho por su sagacidad intelectual y su don de leer a las personas (una lectora intertextual. Julia Kristeva definió la intertextuliadad apuntando que "todo texto es la absorción o transformación de otro texto"), nos abstraíamos por la percibida falta de privacidad en el mundo actual. Los métodos de telecomunicación, el dinero electrónico, la facilidad de incorporación cibernética (avatares en juegos como Second Life; páginas de MySpace y Facebook; sitios de citas como cupid.com y match.com; aparte de la incorporación cibernética más concupiscente, es decir, el porno cibernético) todo conspira (aparentemente) contra una privacidad en la que los secretos ya no son tan secretos, y donde los misterios de la vida individual desaparecen.
Pero luego nos preguntamos, ¿es esta aparente apertura, este atisbo abarcador a la individualidad, esta pérdida de privacidad, real?
Es claro que cuando usamos nuestras tarjetas de crédito o tarjetas de descuento, cuando abrimos una cuenta de correo electrónico o utilizamos nuestros móviles, dejamos huellas que no se borran, que quedan tatuadas en la piel binaria de ese otro mundo elemental, preciso e incorpóreo. Pero sin ahondar en la ontología de lo que es “real” o no, me parece que algo se esconde detrás de esta aparente apertura personal. La vitrina, me parece, expone objetos detrás de unos cristales ahumados.
Tomemos por ejemplo el “status update” de Facebook. En una línea, la persona puede comunicar al mundo lo que está haciendo, sintiendo, observando, en cualquier momento. Estos “updates” sirven para invitar a fiestas; elogiar a alguien por algún gesto; o simplemente para establecer que uno está “aburrido”, “enfermo”, “listo para mis vacaciones”, “en la calle” o “en el gimnasio”. A veces se convierten en carteleras publicitarias para expresar frustración con los políticos, desilusión con los amantes, o simplemente para dar una respuesta concreta a una pregunta que queda envuelta en el misterio de los interlocutores (“NO y Punto” leí hoy). Mi amigo Elidio Latorre Lagares observó el potencial lírico de estas actualizaciones e inventó una actividad “facebookiana” en la que se compilaban estas oraciones como versos de un poema.
La socialización que promulgan estos lugares establece una cierta realidad, una visualización, y más aún, un compromiso entre los participantes de que: este soy yo, esto es lo que me pasa, estas son mis fotos, esto es lo que pienso, y sí, aquí están las 25 cosas que al azar se me ocurren para individualizarme aun más.
Me parece que la confianza que existe entre los miembros de esta comunidad carece de fundamento.
Se asume que lo que se ve es lo real, lo original, la persona, pero se obvia (tal vez por simple necesidad de esta estrechez personal) el potencial de falsificación, del pousseur, tal vez no de manera tan subrepticia o hasta cruel (recordemos el caso de la chica que fue rechazada por un chico a través de myspace, lo cual la arrojó al suicido, para luego descubrirse que “el chico” era la madre de una de las compañeras de estudio de la chica). Pero lo que se asume como verdad completa, lo que a veces se percibe como una desnudez completa de la persona ante el mundo, no es más que un striptease, una ojeada parcial de la vida personal. Es exactamente lo que identifica Roland Barthes en su ensayo “Striptease”: lo que intriga no es la desnudez, sino lo que recubre esa desnudez. El anticipo de la piel es lo que excita; la desnudez plena entonces “desexualiza” a la mujer, e “inmuniza” nuestro deseo voyerista.
De la misma manera, buscamos, en sitios como Facebook, como Myspace, como match.com, un atisbo preliminar, un sustrato incompleto de la realidad que nos excita, pues nos proporciona cierto placer al saciar un elemento de curiosidad natural. Apuesto que la gente que apenas tiene “cosas” en su perfil son más interesantes (desde el punto de vista del cursor) que aquellas que pasquinan sus páginas de fotos, datos y aplicaciones que revelan más y más de ellos.
El reto de estas 25 cosas nace de esta turbación: cuánto revelar de uno, qué decir más o menos, y las posibles consecuencias.
A veces, el silencio es la mejor postura.
Luego de mucha deliberación, llené mi lista de 25 cosas. Pudieron ser 25 millones. Pero ¿a quién le interesa la realidad total de una persona? Es mejor dejar algo a la imaginación, detrás de los cristales ahumados de la vitrina humana.
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