domingo, 18 de noviembre de 2007

El cantante



Vi la película “El cantante” anoche. Historia triste, que ya todos conocemos. Buen esfuerzo de Marc Anthony y Jennifer López de encarnar los fantasmas, de resucitar la voz, los gestos, la historia. Grandes lágrimas, por el talento perdido, por la vida malgastada, por el final trágico.
Gran desafío, éste de los homenajes cinematográficos. Ya JLo conoce los riesgos, aunque su personificación de Selena fue lo que propulsó su carrera en Hollywood. Pero es el riesgo de contar, y también de cantar. La voz del pasado mitificada en el presente. Sí, se presenta la leyenda (no vida, leyenda) de Lavoe ante una nueva generación que tal vez conoce de él un verso aquí, una melodía allá, y nada más. El problema es que Hollywood, sin querer queriendo, siempre reduce las historias a un resumen práctico que venda taquilla. Muchas veces al escudriñar las profundidades del alma, buscando lo sensacional, se olvidan describir el miasma que rodea la oscuridad. Lo oscuro sale a la luz, sin aderezos, sin condimentos. Y a veces no sabe a ná.
Leyenda implica lectura. Y a veces es una mala lectura. La película puede ser un poco desproporcionada. Admiro la moderación al no caer en la trampa del siempre pulular en la drogadicción, en mantener la cámara constantemente fijada en las escenas de la drogadicción. Este hubiera sido el éxito: moderar las escenas del uso de drogas de Héctor y mostrar sus consecuencias de manera vital. Es lo que se intenta. Pero al moderar una cosa, se modera la otra. Marc, ¡un poquito más de emoción, plis, como en tus conciertos! ¡Sabemos que Héctor sufría! ¡Sufre con él, por él!
Pero el tema de la película no es Héctor, ni las drogas, ni siquiera la salsa. Es esta dicotomía cultural, este ser y no ser, este “soy boricua, pero no de la isla”, este “soy boricua, no nuyorican”. Recuerdo vivir en Puerto Rico y denigrar a los nuyoricans, por no ser auténticos puertorriqueños, “no son puertorriqueños de verdad”. Ese fue (¿es?) el trato a los hijos y nietos de los miles de puertorriqueños que se esfumaron de la isla, en los cincuenta y sesenta , en la urbe nuyorquina. Hablábamos de ellos con desprecio, como si fueran traidores de una patria que nunca se cuajó. Que ironía, tener traidores a la patria, antes de tener patria. Si por ahí iba, las cosas iban a terminar mal.
Y ahora, ¿han cambiado las cosas? Ahora no sólo somos Nuyoricans, sino también Chicagoricans, LARicans, Virginiaricans, Floridaricans (y sus diferentes acepciones Orlandoricans, Tamparicans y Miamiricans) y yo y mi familia, Keturicans. También hay Españoricans, Colombricans, Venezueloricans, etc. (Hay Maricans también, pero esos son verdaderos ciudadanos globales).
¿En la globalización, todavía existen estas taras? En este mundo difuminado, ¿importan las etiquetas nacionales?
Lo más cómico es que Marc y JLo, ambos Nuyoricans, parece que quieren a nuestros héroes nacionales más que nosotros que “somos de allá”. Al igual que todos los Nuyoricans que llevan nuestro nombre en alto, y elevan la mono-estrellada aquí, allá, dónde sea, y triunfan aquí y allá, y viven aquí y allá, sin importar donde estén ni donde hayan nacido. Nadie es profeta en su tierra, y nadie es de una tierra, porque la tierra, mi pana, se lleva en el corazón. Y en la mancha de plátano.
Los dejo con un videito del original, Héctor Lavoe, en el show Noche de Gala.
Y, by the way, los que vieron la película, ¡qué clase de flashback!
¡Ahí viene, Iris Chacón! ¡Ahí viene, Iris Chacón!

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