sábado, 1 de mayo de 2010
Gaga-eando hacia los 40
Si no han visto el vídeo de Lady Gaga de su sencillo Bad Romance, les recomiendo verlo. Sé que la canción ya es vieja para los estándares del mundo mediatizado en que vivimos, en donde lo nuevo desentona en segundos y se papelea sin reciclar dentro del ático de lo passé.
El vídeo, dirigido por Francis Lawrence (quien también dirigió dos de mis películas favoritas, “Constantine” y “I am Legend”) es una panoplia cinematográfica que revela la influencia de David Bowie, de Madonna, de Michael Jackson. Lady Gaga demuestra que la pantalla del cortometraje es lo que Andy Warhol vio en la cara de la Monroe y en la lata de Campbell’s: un gesto histriónico y fugaz que desenlaza una cadena asimétrica pero concordante y que fulmina las expectativas artísticas del medio. La Gaga no se atraganta con los digestivos asimilables de los últimos años, ni borbotea líricas subsanadas y desinfectadas por tipejos como Simon Cowell. La Gaga no es gaga, te lo explaya en la cara y dentro de los huesitos timpánicos.
Claro, siempre queda la duda de la autenticidad de la originalidad. Lo original simplemente por ser diferente no es tan original como lo original que verdaderamente choca. Decía John Stuart Mill “Originality is the one thing which unoriginal minds cannot feel the use of.” Lo que Gaga hace es desenlazar el nudo en que nos tenía el posmodernismo que cancelaba la noción de la originalidad para decirnos, sí, lo original es posible. Aunque tal vez no, tal vez el pastiche es todavía contemporáneo.
Ya sé que alguno dirá que qué hace un viejo como yo, casi de 40 años, escuchando a Lady Gaga. Pues a esos les diré que para los que crecimos en los 80 bailando en Neon’s y Daiquiri Factory en el Viejo San Juan (cuando todavía se podía beber en la calle y el arribo de los cruceros los martes en la noche era excusa para salir a escuchar música y contar estrellas enamoradas) Lady Gaga es un eco de los remixes de entonces, de Dead or Alive, Dépêche Mode, Erasure.
LG (¿porque no?, la abreviatura es sinécdoque de nuestro siglo) nos ofrece la mesura de los años para aquellos, como yo, a quienes las canas nos impiden realzar con autenticidad el cobre de nuestra aún juventud. Pero que mis huesos semi-avejentados (y de coyunturas definitivamente estridentes) se jamaqueen con sus ritmos no es tan malo.
Total, Daddy Yankee nos cachondea el reguetón a la veterana edad de 33 (el tipo es básicamente coetáneo mío).
Y Gaga, con sus extravagancias, nos recuerda que algunos como Bowie y Madonna nunca envejecen.
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