miércoles, 16 de septiembre de 2009

Censura de libros en Puerto Rico




Hace un tiempo (no tanto como veremos) el escritor Ray Bradbury escribió “Hay peores cosas que quemar libros, una de ellas es no leerlos.” Aludía a la censura, ese instrumento aséptico que utilizan organismos políticos para determinar, de manera subjetiva, qué se puede leer, ver, comer, tomar, pensar.

Aunque su libro “Fahrenheit 451” puede ser considerado una crítica a la ubicuidad de los medios de comunicación electrónicos, la imagen permanente de la novela es la quema sistemática de libros, los cuales son elementos de pensamiento “peligrosos” por la libertad imaginativa con la que el lector establece un dialogo de ideas y de imágenes con el escritor, un diálogo en el que la condición primordial es el usar el cerebro, no el mirar imágenes predigeridas para el consumo fácil.

Aunque ha pasado un tiempo desde la publicación de este libro, los temas de censura continúan dando de que hablar. Los chinos son atacados constantemente por el monitoreo electrónico de las computadoras de sus habitantes; los iraníes mantienen un régimen de autenticidad dudosa, tratando de subyugar las protestas de miles de sus ciudadanos; los afganos todavía no conocen el resultado de sus elecciones por la simple razón de que millones de votos falsos han usurpado la voluntad del pueblo.

Estos elementos de censura institucional no empiezan de esta manera. Comienzan como los viruses, infligiendo su daño en escalas menores, a nivel microscópico, para poco a poco debilitar el sistema. La censura comienza de manera subrepticia, y mientras más temprano se confronte, menos daño causa.

Lo cual me trae al tema de la censura en Puerto Rico. Recientemente, el Departamento de Educación decidió eliminar cinco libros del currículo de español de las escuelas públicas del país, identificándolos como textos de materia “inapropiada” para los estudiantes. Este movimiento de censura es intermitente, toma fuerzas, descansa, y saca la cabeza de vez en cuando. En Estados Unidos, la lista de libros que frecuentemente son atacados y amenazados incluyen obras de autores tan diversos como Toni Morrison y J.K Rowling, Maya Angelu y Henry Miller.

Como padre, puedo entender que los educadores sientan la necesidad de no exponer estudiantes a textos que no puedan entender o malinterpretar. Pero como educador, entiendo que esa es exactamente mi misión: ayudar a los estudiantes a entender los temas de importancia para su nivel educativo, mostrando diferentes perspectivas, diferentes atisbos imaginativos a aquello que llamamos cultura. Como escritor, entiendo que, aquello que llamamos “inapropiado” para los alumnos prontamente puede ser llamado “inapropiado” para todo el mundo. Así comienza la infección del virus de la censura.

Los organismos gubernamentales, cualquiera que sean, deben proteger a sus ciudadanos de los peligros de otro tipo: la falta de servicios sociales adecuados, la falta de seguridad económica, la deficiencia en los servicios de salud, y sobre todo, la ignorancia. La censura es una simple manifestación de la ignorancia, y de la arrogancia de los gobiernos que pretenden controlar los mecanismos de análisis y pensamiento. La ignorancia es la clave del éxito de los gobiernos.

Ya los compañeros escritores del patio han manifestado su oposición a la acción del Departamento de Educación, acción que aparentemente será revocada gracias a la presión y la denuncia. Pero la batalla no puede menguar la guerra. Es menester de escritores, educadores, periodistas, políticos, padres, toda la ciudadanía, estar alerta ante los intentos de gobiernos, organizaciones e instituciones, de vedar la libre expresión y censurar el libre pensamiento. Es nuestro deber combatir la ignorancia y, como en la novela de Bradbury, velar porque los libros no sean quemados y, más importante aun, estimular a que sean leídos.

Porque la libertad de expresión es la más fácil de invocar, y la que más arriesgamos perder.