miércoles, 31 de marzo de 2010

La semana



¿Qué es una semana?

Imagino que es un artefacto onírico de un genio laboral, una patraña más para controlar nuestro tiempo. Imagino a los hombres, cuando apenas eran hombres, mirando los astros, el desaparecer constante de la pimienta astral en las noches, dando rienda suelta a otra luminosidad temerosa y parcial, los días curtidos de cacería y sudor, de sangre y los linimentos propios para rasguños y mordiscos, y sobre todo, el hambre, mucha hambre, incapaz de saciarse a menos que fuera con la carne macerada de un tigre o un mamut.

Imagino luego los días felices de los siglos, ahora el hambre es menos, la comida más abundante, la piel es sintética, no arrancada de un antílope moribundo. No miramos a los cielos, aunque permanecen igual de marcados, como cicatrices luego de la viruela, un cielo enfermo, aunque en realidad el cielo no es el enfermo, sino nuestra atmósfera que nubla la vista.

Antes, aquel hombre que no era hombre miraba constantemente hacia los cielos, sin imaginar que la cortina entre noche y día no era más que otra señal para seguir adelante. Ahora, no los miramos y la cortina entre día y noche es menos detallada, los astros no impulsan nuestros vaivenes, más bien los relojes y los calendarios controlan nuestros pululaciones sobre el asfalto y bajo las nubes.

¿Qué es una semana?

Siete días, dirá alguno. Otros pensarán que nunca termina y que los días son un pergamino arremolinado en una tira sin fin. Total, quien determina el final de los días no es el sol ni las estrellas, sino un cursor, un celular, o un control remoto.

¿Entonces nos deshacemos del calendario?

No. Hasta los osos y las ardillas saben cuándo hay que hibernar.

Y cuándo es la época de procrear.

miércoles, 10 de marzo de 2010

La primavera de las palabras


Siento un renacer, el vuelo espontáneo de pensamientos apaciguados por los vientos templados del norte. El aire se tranquiliza, no agita con los brios de entonces, cuando una ráfaga podía rasurar la piel, dejándola ensangrentada. Parece el cielo más añil, menos ufano, más humilde en su grandiosidad.

Parece que la lengua se despereza, se enrosca en un caracoleo de letras, un ensanchamiento de los labios que provoca el límite necesario para un movimiento de aire y cuerdas vocales, de paladar y saliva, la búsqueda gloriosa de la señal cerebral que nos hace más de lo que debimos ser, más de lo que nuestros antepasados genéticos pudieron alcanzar.

Nació la palabra en la primavera.

A enhebrar de nuevo las palabras.