jueves, 29 de enero de 2009

Galoshes



Primer eco.

Una onza de nieve transformada en un halo de agua, transformado en chicle húmedo que se pega a tus zapatos de hule. Escucho ese aplauso indirecto creado por las suelas de tus pasos mientras avanzan sobre el piso encerado, splosh, splosh. Me arrebata de la lectura ensimismada de un libro criptográfico (porque esconde lo evidente, o porque esconde mi mirada) y examino el hule urgido de tus botas, negras con suela roja, el color que mejor te queda, lo descubrí en una foto donde tu pecho aparece dibujado por un jeroglífico (a la distancia) críptico, indescifrable salvo por tus labios de felicidad.

Te cuento y te reencuentro, y hablamos sosegados por la visión, un encuentro ejemplar, primoroso, lleno de sonrisas rutilantes y observaciones acerca del zodíaco y cartas astrales, la utilidad de las mentiras, una ciudad (todo un país) atado a un río, los veredictos acerca de la utilidad de las citas, todo un testimonio silente acerca de lo que no decimos y pensamos y queremos sentir, como el zen que promulga la inocencia y nos eleva sobre la turba de degenerados que discuten mitocondrias y cabezas de ganado (¿los ciervos cazados son ganado?).

Y al final, la descripción de lo que se desea, remover las botas de hule de una manera, digamos, significativa, que obvie la inocencia del momento y nos laude con sus destellos de realidad reprimida (eso que llaman los deseos)…

Segundo eco.

Un suspiro reprimido, un adiós sin beso, porque qué más arriesgado, pienso, que la proximidad corporal durante los días atroces del invierno.


Georges DiStefano Folly
Libro de los miedos ausentes

martes, 27 de enero de 2009

Crimen de pasión blanquecina


Desperté. Aparté un poco la cortina de la ventana para descubrir que la calle estaba cubierta de nieve. No tanta como se había pronosticado. No me sorprendió. Pronosticar los eventos naturales siempre me pareció una cometida azarosa.
El auto estaba cobijado bajo los aleros del garaje. El aire de su interior me congeló la nariz. Arranqué. Así comenzamos a mancillar la perfección del invierno.
En la calle, pasé un objeto oscuro. Al devolverme, encontré una botella de vino tirada sobre la nieve. Su contenido se había vaciado a su derredor, creando un halo morado que coronaba su boca. El nombre, su cosecha, su tarjeta de identificación, se escondía por su redondez. Su espinazo revelaba unas letras indescifrables para mis ojos, no por ser lengua extraña, sino porque la refulgencia de la nieve impedía el enfoque necesario.
No la toqué. Parecía cuerpo degollado, rodeado de sangre que se derramaba entre las cornisas cinceladas de la nieve. La nieve, ese lienzo lúcido que lo atrapa todo, hasta las últimas gotas de este vino tino abandonado. ¿Tan mal sabía que merecía esta desidia? Ni los humanos merecemos ser arrojados, cuerpo inerte y sangriento, en medio de la tundra blanquecina. ¡Los nichos! ¡Los nichos! Igual de fríos, pero oscuros, para esconder la mancha, la inercia. Vino catado y desechado. Al igual que nuestros cuerpos, que al final, sin nombre ni cosecha ni tarjeta de identificación, desaguan su vino sobre el tramo blanquecino del final.
La vida se acaba en la nieve. Y nada más.
Tomé la foto y me metí en el carro. Miré a mi alrededor, para cerciorarme de que no hubiera otro testigo observando la escena a través de sus persianas. Aceleré, porque no quería que se me cuestionara, aunque no podría dar ninguna información. No presencié el crimen.

martes, 20 de enero de 2009

Inauguración/Inspiración


¿Qué es la inspiración? El diccionario la define como el “efecto de sentir el escritor, el orador o el artista el singular y eficaz estímulo que le hace producir espontáneamente y como sin esfuerzo”.

Luego de escuchar las palabras del nuevo Presidente de los Estados Unidos en su inauguración, siento ese impulso singular y eficaz de escribir.
Aunque, en realidad, la inspiración me llega no tanto por lo dicho, sino por lo hecho. La singularidad racial del nuevo presidente, su irrupción al escenario político y su vertiginoso ascenso al puesto más alto del gobierno estadounidense son hechos ciertamente trascendentales. Más aun, el hombre llega al poder en uno de esos momentos en que se necesita liderazgo efectivo y justo, objetivo e imparcial.

Pero lo que me inspira es otra cosa.

Lo que me inspira es la visión del congresista por Georgia, John Lewis, quien marchó por los derechos civiles de los afro-americanos con el reverendo Martin Luther King, quien fue atacado físicamente por la policía durante una demostración pacífica por la igualdad y la dignidad, causando heridas en su cabeza que aún son visibles. Este hombre, que arriesgó su vida por derechos tan simples como el derecho al sufragio, por el derecho a la igualdad, a la educación, a no tener una fuente de agua separada para los negros, a no tener que sentarse en la parte de atrás de un autobús por el simple hecho del color de su piel, fue entrevistado la noche que Obama obtuvo la victoria, y lloró.

Sus lágrimas, y las lágrimas de millones de afro-americanos, de blancos y latinos, de asiáticos y europeos, que miran con orgullo al nuevo Presidente de los Estados Unidos, inspiran. Inspiran, no por el sacrificio, los insultos, las piedras, el abuso, los recuerdos de desigualdad que caen como cicatrices del pasado sobre estos rostros de carne y hueso, de igual carne y hueso que del resto del mundo, salvo por su color. Inspiran porque, al ver la historia realizarse ante sus ojos, al ver su lucha por igualdad racial parcialmente reivindicada por la elección de Obama, no miran tanto al pasado como al futuro. La más importante manifestación del triunfo es la visión continua a lo próximo, en vez de regodearse con la ya ocurrido.

La lucha por la igualdad no ha terminado, pero por el momento hay más esperanza de que se logre. Las guerras no terminarán de repente. Los palestinos de Gaza y Cisjordania y los israelíes continúan su batalla milenaria por el territorio prometido a ambos; África continúa sumida bajo la sombra del pos-colonialismo; China y Rusia buscan su acoplo en el mundo, tratando de balancear su prosperidad económica con su poderío militar y con la responsabilidad de pertenecer a la comunidad mundial; y las diferencias socioeconómicas en Latinoamérica provocan batallas intestinas sobre ideología, religión y los demonios del tráfico de humanos y de drogas. El nuevo presidente enfrenta un mundo inestable, adolorido por la historia, y agotado de esperanza. Y el país enfrenta una crisis financiera y social que atenta contra su histórica base democrática.

Esas lágrimas de triunfo no son nada comparadas con las lágrimas derramadas todos los días por los que sufren bajo el yugo de dictaduras, de la pobreza, del abuso, de la desigualdad. Pero estas nuevas lágrimas inspiran para tratar de contener las lágrimas de tristeza, las lágrimas de dolor, las lágrimas de muerte.

Felicidades al nuevo presidente y a todos nosotros, por llegar a esta nueva encrucijada histórica. Obama sabe que el camino apenas comienza, que la batalla se perfila más dura que nunca. Sequemos nuestros ojos, sequemos los ojos de nuestros hermanos y hermanas, y comencemos a trabajar, “a producir espontáneamente y como sin esfuerzo” un nuevo futuro.

Eso, señoras y señores, es inspiración.

viernes, 16 de enero de 2009

Premonición


Hace unos días leí en primera plana del periódico USA Today que los últimos años habían sido los más seguros en la industria de la aviación. “Se jodieron” pensé, “les agriaron la racha. Seguro que ahora pasa algo”.
Ayer, mi esposa me comenta que hace unos días soñó con aviones “pero no te dije nada, para que no te preocuparas por el viaje de tus padres” quienes abordaron un avión para Puerto Rico este lunes.

¿Qué son las premoniciones? No se puede extrapolar la exactitud de una estadística, o la incertidumbre de los sueños, y decir que el futuro es predecible. En un sentido, lo es. Las estadísticas del periódico evocaban la certeza de que, en algún momento, otro accidente ocurriría. Los aviones son construidos y volados por humanos, seres imperfectos, dados a dar tumbos erróneos por la vida. Las máquinas son imperfectas, y lo serán siendo, pues son construidas por nuestra imaginación imperfecta (aún en las películas de ciencia ficción, cuando los robots construyen otros robots, cargan el pecado original de la imperfección humana en su material ciber-genético).

Las premoniciones son igual de imperfectas. El déjà-vu, las visiones, los caracoles, las líneas de la mano, el horóscopo, todos signos meridianos, envueltos en la miasma interpretativa de nuestra imaginación, catalogados de visiones futuras por aquellos que ya vieron lo pasado y jugaron con las estadísticas. “Este año va a ocurrir un accidente de aviación”, dirá alguno, y las estadísticas lo respaldan, ¿cómo no, si no ha ocurrido uno en dos años? De igual manera, ayer, en el discurso de despedida de George W. Bush, advirtió contra el conformismo en asuntos de seguridad nacional, casi vanagloriándose de que su logro principal (yo diría que su único logro, pero ¡a qué precio!) fue que no se repitió un atentado terrorista en suelo norteamericano en los siete años que siguieron los ataques del once de septiembre. Pero ya él, y otras organizaciones, han predicho la casi certeza de un ataque terrorista en suelo estadounidense. ¿Premonición? No, simple estadística de casino.

Entonces, ¿qué de las premoniciones? No las deniego, pues las visiones de déjà-vu que a veces nos erizan los nervios y nos congelan la sangre son tan comunes que no se pueden ignorar. Pero a veces las miradas al futuro son simples atisbos del pasado, que inevitablemente se repite, no necesariamente en los detalles, pero ciertamente en su gran narrativa.

domingo, 11 de enero de 2009

Perfil


Se espabilan las fotos, despiertan acuciadas por el cursor, que intenta escoger la más idónea para la identificación anónima.
Presiona la faz de una, de perfil levemente transitado a la izquierda, que aumente la turgencia de los pómulos, que incite sabiduría porque muestra la frente más abultada.
El ángulo disminuye las sombras de los ojos, y la papada advenediza de los años.

La encoge, la agranda, la cambia a blanco y negro, a un tono sepia, a un tono antiguo, ajado.

Escoge la que denota tristeza. No está de humor para expresar felicidad a los cientos de amigos, que en realidad son conocidos, que la mayoría es que simplemente conoce, de algunos lo único que conoce es un nombre y a veces su apellido.
Y nada más.

Dirán que la foto lo desmerece, que no refleja su verdadera personalidad.

Tal vez.

Pero es lo que hay.

Menos foto. Más introspección.

jueves, 8 de enero de 2009

Invierno...casi primavera



Lo noté esta mañana. El alba desnuda, la luminiscencia rosada del sol sobre las nubes desperdigadas por todo el firmamento.

El amanecer.

No lo veía desde noviembre. Durante el equinoccio de otoño y, ahora, el solsticio de invierno, el frío desciende ocioso desde el norte y los días se acortan. Ya a las cinco de la tarde se avecina la penumbra. A las siete u ocho de la mañana, de camino al trabajo, la oscuridad aún reina.

Pero hoy, vi la luz.



Como ven, el sol acicalaba las pelucas del cielo con tintes rosáceos. El cielo todavía recogía las sombras en su tono grisáceo, pero pregonaba la posibilidad de luz.
Luz, ausencia de oscuridad. ¿O es la oscuridad la ausencia de luz? Durante el invierno, la luz es lo que hace falta.

Parece que la tierra ya dobló la esquina para reanudar su acercamiento al sol.

Sonrío.

miércoles, 7 de enero de 2009

Pausa de vida


El año arrancó con el esfuerzo de los conmocionados por aquello que llamamos incontrolable, o con la idea de que la discontinuidad del presente no se aferra como fango a nuestras botas de pisar pausado. Afuera, seguía gimiendo el viento con compases discordantes de humo y salitre. Los árboles se persignaban con sus ramas, esperanzados que la ventolera no les deslindara la caspa de su copa.

Adentro, el tiempo fungía de árbitro.

Se registró una pausa, la pausa necesaria, el “reboot” del ordenador, uno, dos, hasta que la realización de la brecha imperceptible que se acababa de cruzar se estrelló contra la vicisitud de la realidad, y así quedaron, mirándose, pausados, pasmados, incrédulos, porque la cepa de lo ocurrido creó una brecha que ya sabemos, ya conocemos. No debería sorprender, ya sucedió antes, muchas veces, en la mente, entre los sigilos de la posibilidad, entre las neuronas avivadas por los hechos del arte, por la desesperación y la frustración, que vienen siendo lo mismo en las circunstancias pausadas de la vida, la vida, esa pausa, dirían, aunque ya no queda, es un paréntesis, oyó también (lo escribió también) hasta que los flecos del haber, y las guirnaldas de lo pasado se desentendieron de su poltrona, y todo cayó, todo se derrumbó, y entonces, lo que quedó: el sarcófago de la memoria, como el amor de Bovary, enterrado por el tiempo, la desidia, y la inmadurez.

Caen los ramos de oliva, ojalá fuera en la franja de Gaza, o en los Urales, o que coronen la tumba de Mobutu, en Rabat.

Pero caen aquí. Y se marchitan al tocar el piso de azulejos tiesos por el viento.

El viento que exhaló esta pesadilla de nunca acabar.

La vida que llevamos. Eso es lo que pesa, lo que aligera nuestra marcha, lo que decide, decidimos, nos deciden.

Pausa.